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El PNV adelgaza

La Constitución recoge expresamente que el funcionamiento interno de los partidos políticos ha de ser democrático. Y esto no es una mera declaración retórica. Un partido político donde no se permite la crítica ni el debate interno deja de ser un partido para convertirse en una secta dominada por el pensamiento único del líder carismático, quien se encarga de producir todas las ideas. Los adeptos no deben pensar, sólo obedecer, ya sea al profeta, al caudillo, al führer o al presidente.

No obstante, conviene no confundir la democracia interna con la democracia formal. En la antigua Unión Soviética, así como en sus satélites, el funcionamiento del partido comunista era aparentemente democrático. Había elecciones al politburó, las propuestas se votaban en los congresos... incluso había comités disciplinarios que juzgaban con “pruebas y garantías” a los miembros del partido que conspiraban contra él. Es el caso de los famosos Procesos de Moscú, en los que Stalin “apenas” tuvo algo que ver... según la versión oficial que tantos creyeron a pies juntillas.

En la expulsión de Emilio Guevara del PNV, “tampoco” ha tenido nada que ver Arzalluz, puesto que el Tribunal Nacional del PNV lo elige directamente la Asamblea General y sólo puede actuar a instancias de los afiliados. Según el tribunal interno del PNV, el artículo que publicó en Deia Emilio Guevara —redactor del Estatuto de Autonomía vasco y primer diputado general de Álava de la Democracia— el 21 de diciembre de 2000 “daña gravemente al partido” y constituye una “falta grave”. En el citado artículo, Guevara se limitaba a levantar acta del monolitismo dentro del PNV y a señalar a Arzalluz como responsable del “discurso cada vez más hosco, radical y fundamentalista”, que “no manifiesta la debida simpatía y comprensión por tanta gente como la que hoy en Euskadi carece de las más elementales y básicas libertades”. Guevara se afilió a “un PNV con un proyecto político integrador, respetuoso con la pluralidad de la sociedad vasca, desarrollado por y para todos lo ciudadanos desde el convencimiento, solidario con todos los demás pueblos y nacionalidades de España”. En nada dañan estas declaraciones al PNV; antes al contrario, honran a quien las pronuncia y a la organización a la que pertenecía. Pero Arzalluz, en su incesante carrera de aproximación a los proetarras, ya no está interesado en los “pesados y molestos michelines” que, por sentido común y hombría de bien, coinciden en sus planteamientos con los defensores de la libertad en el País Vasco y que antes contribuyeron a ofrecer una imagen de moderación al partido.

No obstante, el PNV y sus medios de comunicación afines tan sólo han querido destacar la parte final del artículo de Guevara, donde proponía a la televisión autonómica vasca que emitiera “El motín del Caine”, aquella película protagonizada por Humphrey Bogart donde la tripulación de un barco de guerra relevaba a su capitán por incapacidad mental. Esto ha sido, quizá, lo que más le ha dolido a Arzalluz, que quiere un partido obediente: “Guevara no ha nacido para estar en una organización con disciplina”. El ex jesuita ha dictado sentencia, y su ejecutor, Eguibar, la ha cumplido al pie de la letra.

Lo que aquí importa, sin embargo, no es si Emilio Guevara ha nacido o no para estar en una organización con disciplina. Lo verdaderamente importante es que Arzalluz cada vez da más muestras de no haber nacido para dirigir una organización democrática. Lo suyo es el partido único monolítico. No en vano, en su juventud se declaraba ferviente admirador del General Franco, de quien sólo ha copiado el rasgo más negativo: el autoritarismo.

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