Menú

Las enseñanzas de Perejil

Séneca distinguía entre virtudes que era preciso espolear –como la templanza, el coraje, la fortaleza y la justicia– y virtudes que debían ser, en cierto modo, enfrenadas –como la mansedumbre, la humildad, la generosidad y la tolerancia. Si reprobable es abusar del débil, aceptar sus imposiciones por temor a ser excesivamente firme o insuficientemente generoso y tolerante, más que reprobable es perverso, por antinatural. Ese perverso temor –fomentado y justificado por la Izquierda cuando le convenía entregar Occidente al totalitarismo soviético– a valerse de la fuerza para defender la propia causa cuando la razón, la historia y la justicia proveen argumentos más que suficientes para hacerlo, ha acechado constantemente al Gobierno español y a la práctica totalidad de los medios de comunicación en todo lo relativo a la crisis de Perejil.

Sólo la indignación ciudadana ante la enésima provocación marroquí y la impertinente obstinación del país vecino obligaron, tanto al Gobierno como a los medios de comunicación –que, en principio, excluían la “solución militar”– a mostrar la firmeza que, en la defensa de su integridad territorial y su dignidad, debería haber mostrado desde el principio un país de la envergadura de España.

Pero, aun a pesar del retraso, todo hubiera quedado –gracias a la brillante operación de nuestro Ejército– en un chulesco desplante más de nuestro vecino si, en lugar de resolver nuestros problemas por nosotros mismos, nuestro Gobierno no hubiera creído necesario “pedir permiso” o “dispensa” a la UE, a la OTAN y a EEUU para ejercer el más elemental de los derechos que confiere la soberanía: la defensa de esa misma soberanía frente a una agresión externa.

Las matanzas de Milosevic y el 11-S han demostrado que la política exterior europea –dominada por los criminales escrúpulos antibelicistas de la Izquierda y por rencillas que ni siquiera dos guerras mundiales han podido extinguir del todo– no existe más que para apoyar y subvencionar a Arafat y poner objeciones a todo uso legítimo de la fuerza que provenga de EEUU y sus aliados. Sólo Italia nos ha respaldado plenamente en el conflicto con Marruecos, puesto que la declaración oficial de la presidencia danesa, arrancada por nuestro Gobierno, era algo obligado. En cuanto a la OTAN, si bien es cierto que desde un principio dio la razón a España, no es menos cierto que no estaría dispuesta a llegar mucho más allá de las declaraciones, habida cuenta de la tradicional alianza entre EEUU y Marruecos. De la ONU, mejor no hablar, pues el impagable Kofi Annan ya se había ofrecido como “mediador”.

Y, por lo que toca a EEUU, su influencia en las relaciones internacionales ya era lo suficientemente intensa –aunque, en la mayoría de los casos, todo hay que decirlo, para bien de la comunidad internacional– como para dar a entender que no somos capaces de mantener las aguas del Estrecho bajo control, el único cometido de importancia que la OTAN nos ha asignado.

Del mismo modo que consideramos dependiente e inmadura a una persona adulta incapaz de tomar sus propias decisiones asumiendo sus riesgos y sus consecuencias, una nación soberana incapaz de desarrollar una política exterior independiente sin consultar antes con la nación hegemónica es, en la práctica, un protectorado. EEUU no pidió permiso a nadie –ni siquiera a la ONU– para repeler la invasión cubana de la isla de Granada o para capturar a Noriega en Panamá. Tampoco lo hizo el Reino Unido cuando se trataba de recuperar las Malvinas, ni Canadá cuando expulsó injustamente a nuestros pesqueros de fletán que faenaban en aguas internacionales.

La intervención de Powell ha conseguido que, lo que fue un gesto de buena voluntad y distensión de España hacia Marruecos durante los últimos cuarenta años –el famoso statu quo ante, que consistió en no guarnicionar la isla del Perejil–, se haya convertido en algo exigible de iure por nuestro vecino. Es decir, Marruecos ha sacado partido a su agresión y ha convertido nuestra victoria militar en una pequeña derrota, pues no otra lectura tiene que sea Ana de Palacio y no Benaissa quien tenga que desplazarse para firmar las condiciones del "armisticio". Es lo que cabe esperar cuando el vencedor renuncia a imponer sus condiciones. Directa o indirectamente, el vencido –sobre todo si fue él quien inició la agresión– acaba imponiendo las suyas...

A no ser que este "magnífico" triunfo de la diplomacia española –tal y como ha saludado la práctica totalidad de la prensa española nuestra innecesaria y absurda claudicación– contenga alguna cláusula oculta enormemente beneficiosa para nuestgros intereses. Habrá que confiar, pues, en la inagotable capacidad de Aznar para sorprender –esperemos que, en este caso, positivamente– al respetable.

En España

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal