No sería muy exagerado afirmar que el actual sistema educativo que padecen alumnos, profesores y padres, diseñado por los gobiernos socialistas, se inspiró en muy gran medida en las doctrinas de Anton Makarenko, pedagogo bolchevique, y de Francisco Ferrer, terrorista con ínfulas de educador. Por ello, no es sorprendente que haya sido necesaria una Ley de Calidad en la educación, siquiera para frenar la acelerada degeneración en que se halla inmersa la enseñanza pública desde que se pusieron en práctica los experimentos pedagógicos del PSOE.
El fracaso del modelo de educación socialista ha sido tan rotundo que Zapatero no se ha atrevido a prometer lo mismo que prometieron Maravall, Solana, Rubalcaba y Álvaro Marchesi, el ideólogo de la LOGSE: una educación pública de calidad que hiciera efectiva la igualdad de oportunidades para todos. La situación actual es, por desgracia, más bien la contraria: la calidad de la educación en la mayoría de los centros públicos, que hace veinte años podía parangonarse e incluso superaba a la de no pocos centros privados y concertados, hoy está muy por debajo de la que éstos últimos ofrecen.
La indisimulada aversión de los pedagogos socialistas –más preocupados por la igualdad de resultados que por la igualdad de oportunidades– hacia la excelencia, el esfuerzo personal y la disciplina, así como su obsesión por la integración forzosa, casi han convertido a los colegios públicos en una especie de "centros de acogida" cuya principal misión parece ser evitar que niños y jóvenes deambulen por las calles mientras sus padres se ganan el sustento. Eso cabe deducir, al menos, de la oferta electoral de Zapatero: antes que reconocer sus errores y renunciar a sus nefastas doctrinas en materia de Educación, los socialistas sólo llegan a prometer, si llegan a formar gobierno, que mantendrán abiertos los colegios doce horas al día, siete días a la semana y once meses al año. Esto es, que la principal función de los colegios será servir de "aparcamiento vigilado" de niños y jóvenes.
Aparte de cómo iba a financiarse el monumental incremento del gasto que supondría tal medida –al que habría que añadir la gratuidad de los libros de texto y las becas al 40 por ciento de los bachilleres y universitarios–, habría que preguntar a Zapatero a qué se dedicarían niños y jóvenes en los centros educativos fuera de las horas y de los días lectivos. Tampoco estaría de más que aclarara cómo se garantizaría la seguridad, el orden y el cuidado de las instalaciones cuando, en horario lectivo, a los profesores ya les resulta francamente difícil. También tendría que explicar Zapatero cómo va a resolver el problema de la picaresca y de los agravios comparativos en la adjudicación de plazas escolares –uno de los principales motivos por los que los padres se ven obligados a recurrir a la enseñanza privada o concertada–, pues limitar a quince el número de alumnos por aula en "zonas desfavorecidas" –otra de sus propuestas– no contribuirá sino a agravar aún más la situación.
Este último desatino, que se suma al de las 17 agencias tributarias y los 17 tribunales supremos, parece indicar que, al igual que los desahuciados por los médicos, en el PSOE de Zapatero se han entregado a una auténtica orgía terminal donde el sentido común y el instinto de supervivencia han sido sustituidos por una sucesión de calaveradas y disparates propios de quienes, en su fuero interno, saben que ya les queda poco tiempo de vida... política. Por el bien de Zapatero y su equipo, por el del PSOE y por el de España, es preciso hacer un llamamiento a la cordura y al sentido común de quienes dirigen el segundo partido político de España. Pues de otro modo, sólo cabría desearles que su agonía –política– sea lo más corta y lo menos dolorosa posible: es decir, justo lo contrario de lo que desean los nacionalistas.

