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Agapito Maestre

En nombre de los grandes simios

Las fotografías de la portada de El Mundo representan algo más que una crítica a una instrucción absurda de un pobre juez. Son el homenaje a un oficio.

La principal noticia política del día no ha sido el intento del Gobierno de hablar en nombre de los simios, de arrogarse la representación de los simios superiores sin contar con sus progenitores... Eso, simplemente, es una manera de molestar a los adversarios políticos. Forma parte del más grosero populismo: un exagerado franciscanismo, un afecto pasional por los animales, termina siempre alentando corrientes políticas inhumanas. El acontecimiento político del día lo han protagonizado dos fotos en la portada de un periódico nacional. En una, en la parte superior, había una furgoneta vacía. Debajo, en la otra, aparecía la misma furgoneta llena de objetos. El montaje era sensacional. La realidad vista por los agentes de policía estaba en la imagen de arriba. La realidad virtual, o mejor, la cosificación del orden simbólico estaba abajo; era el resultado de una instrucción, una pobrísima investigación, de un juez aturullado por el dogma.

Mientras que los primeros policías que examinaron la furgoneta del 11-M, sospechosa de haber sido utilizada por los terroristas, no hallaron nada, o mejor, la vieron vacía; el juez instructor considera que había un mínimo de 61 objetos. Inaudito, pero cierto. Entre una y otra imagen, entre la visión de los hombres libres y la del hombre encadenado a su juzgado como si estuviera encerrado en una caverna moderna, media un abismo, un mundo de sombras, que tarde o temprano conducirá directamente al PSOE a su lugar natural: las tinieblas.

Ayer, al ver las fotografías de la primera de El Mundo, no pude dejar de envidiar a los periodistas que habían creado esta obra maestra, un espacio público político abierto a todos los ciudadanos, para visualizar los límites de nuestra democracia que se muere a chorros y por todas partes. De ninguna manera pude sustraerme a pensar que el periodismo, quizá la profesión más denostada del mundo moderno, es nuestra salvación. Es difícil, y cuanto más tiempo pase en el poder este Gobierno más nos costará, hallar una categoría política, una referencia ideológica seria, respetable y plausible, que nos ayude a comprender el disparate político, la demencia, en que nos ha metido este Ejecutivo. Precisamente, por esa absoluta carencia de pensamiento –a la que han contribuido tanto como el Gobierno sus colabores jurídicos, especialmente los jurídicos universitarios, algunos intelectuales y, sobre todo, muchos periodistas sin criterio– el genial trabajo periodístico de El Mundo puede ayudarnos a comprender el horror sobre el que está montado nuestro sistema democrático.

Las fotografías de la portada de El Mundo representan algo más que una crítica a una instrucción absurda de un pobre juez. Son el homenaje a un oficio. En verdad, son la mejor contribución a la tesis weberiana de que la carrera periodística continúa siendo una de las más importantes vías para la profesionalidad de la política, o mejor, para hacer de la política una profesión respetable. Las fotografías de El Mundo son el homenaje de un periódico de hoy al mayor sociólogo de la política del mundo moderno, Weber. Estas fotografías ponen en evidencia el mayor error de nuestra democracia: todo parece estar en manos de aprendices. El poder ejecutivo y el judicial o, al menos, el de algunos jueces está en manos inexpertas. La profesionalidad ha desaparecido, o peor, ha sido confiscada y vaciada de contenido por Zapatero.

Así las cosas, ante esta trágica falta de profesionalidad política, que nadie se extrañe porque cantemos las bondades de estas fotos, porque las elevemos a metáfora del buen periodismo, en fin, porque hagamos de ellas la mejor vía para desarrollar la democracia. Una vía, por cierto, nunca fácil, como reconoció el propio Weber, porque "la vida del periodista es azarosa desde todos los puntos de vista y está rodeada de unas condiciones que ponen a prueba su seguridad interna de un modo tal, que difícilmente podríamos comparar su situación a la de otros. Y tal vez no sea lo peor de ella las experiencias frecuentemente amargas de la vida profesional. Son precisamente los periodistas triunfantes los que se ven situados ante retos especialmente difíciles. No es ninguna bagatela eso de moverse en los salones de los grandes de este mundo, en pie de igualdad con ellos y, frecuentemente incluso, rodeado de halagos, originados en el temor, sabiendo al mismo tiempo que apenas haya uno salido, tal vez el anfitrión tenga que excusarse ante sus demás invitados por tratar con 'estos pilluelos de la prensa'".

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