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Cristina Losada

Mas presume de dialogante: los suyos linchan

Linchar al disidente es un rasgo estructural de esa particular civilización nacionalista. De tan madura, podrida.

Linchar al disidente es un rasgo estructural de esa particular civilización nacionalista. De tan madura, podrida.

Se ha sostenido que la poesía no se puede traducir y conozco a gente que suscribiría que se prohibiera hacerlo. Yo, que no soy tan purista, en cambio suscribiría que se obligara a traducir a otros idiomas nuestro particular bullshit. Tras leer la entrevista a Artur Mas recogida en una crónica del corresponsal del New York Times en España, no me cabe duda de que la traducción tiene a veces efectos reveladores. El cartón se ve mejor desde la distancia.

El presidente de la Generalidad se presentaba en la entrevista como un político dialogante, de mano tendida, que albergaba la esperanza de "convencer a Rajoy" y de que el Gobierno español "siguiera el ejemplo de Escocia". No se le puede pedir más a Mas; intentó persuadir, que es cosa muy civilizada. ¿Y qué se encontró? Pues encontró que, en lugar de una atmósfera de diálogo, Rajoy creó un clima de “hostilidad institucional, que no es normal en una democracia española que ya debería ser madura”. Qué lamentable la inmadurez de esa democracia española, de la que Mas evidentemente no se siente parte, que es una democracia que estima que debe regirse por la ley y no violentarla, como él pretende.

Se confesaba Mas como un político que ha "evolucionado como la mayoría de la sociedad catalana", o sea, no como un político que ha instigado a la sociedad catalana a sumarse a la aventura independentista alegando falsos agravios y haciendo promesas engañosas. Y decía: "Ya no creo en el Estado español de los siglos XIX y XX, porque es un Estado en el que hemos intentado hacer todo lo posible para encajar bien, y no lo conseguimos". Qué desolación, dos siglos esforzándose por encajar bien en España y la muy cabrita, nada, que no les ha dejado. Por cierto, ¿no eran tres siglos?

Todo esto parecerá un déjà vu, nada nuevo bajo el sol, nada que Mas no haya dicho, pero cuando habla para el exterior se aprecia como nunca el afán de nacionalistas como él por colocar a España en una liga de tercera regional, en un estadio previo e inferior al de otras democracias y, por supuesto, al de Cataluña. Porque el correlato de la inferioridad española consiste en situarse ellos (cuando hablan de Cataluña hablan de ellos) en el otro hemisferio; el de los verdaderamente civilizados y maduros, como si hubieran estado en un territorio felizmente aislado, ¡por siglos!, de la atrasada, primitiva y tosca España. Ante el interlocutor extranjero, en fin, les sale con más desparpajo el sentimiento de superioridad que late en el fondo de su doctrina, de su política y de su independencia.

Eso es el discurso para guiris, con exigencias de madurez a la democracia española por parte de quien presume de valores dialogantes y civilizados. Bien. El mismo día, pero habría ejemplos cualquier día, incluso en los platós de TV3, se publicaba que el catedrático Joaquim Brugué se despedía de las redes sociales y de los medios tras un linchamiento particularmente intenso en Twitter a cargo de los independentistas. El pecado de Brugué fue haber renunciado a formar parte de una suerte de junta electoral del 9-N, porque no quería avalar una consulta que "no ofrece garantías democráticas".

No es un hecho aislado, no es algo excepcional el linchamiento tuitero y mediático de Brugué. Viene sucediendo de manera constante. La cafrada, cierto, la hay en todas partes, pero es dispersa; un día la toma con uno y al otro, con otro. En Cataluña la toma, por norma, con el que osa disentir en público del nacionalismo y ahora de la independencia. Es una plaga consentida, es el modo en que se intimida a una sociedad, es la manera sucia de generar una espiral de silencio. Linchar al disidente es un rasgo estructural de esa particular civilización nacionalista. De tan madura, podrida.

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