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Antonio Robles

¿Monarquía o república? De momento, ¡viva Felipe VI!

Lo que no se han atrevido a sostener Gobiernos y oposiciones, Felipe VI lo ha hecho con la autoridad de un republicano: defender el Estado de Derecho.

En un mundo donde las repúblicas son la norma y las monarquías la excepción, las que perduran se reducen a meros símbolos nacionales sin poder alguno para gobernar. La tentación de preguntarse para qué sirven hoy en día las monarquías es clarificadora. Y preguntárselo en España, además de clarificador, puede ser la manera de salir de la antítesis irreconciliable entre republicanos y monárquicos arrastrada desde la Guerra Civil. De ese antagonismo perdura el emparejamiento de los últimos con la derecha y de los primeros con la izquierda.

Tal error cognitivo, grabado a fuego en el enfrentamiento civil de los años treinta, ha proyectado su sombra hasta nuestro días sobre otro error consecuente: suponer que los símbolos nacionales y España son cosa de la derecha y cuestionarlos, de la izquierda.

Salir de ese laberinto de emociones ideológicas y errores conceptuales no es fácil. Lo cual nos complica aún más la pregunta sobre el sentido de la monarquía. Porque… ¿hay algo más irracional en un Estado Social y Democrático de Derecho que tener por jefe de Estado a un ciudadano cuya legitimidad proviene de la sangre que corre por sus venas? Creo que esto es incontestable desde la naturaleza misma de la democracia. Pero entonces, ¿por qué consentimos tal privilegio en España? ¿Qué mérito posee? ¿Qué aporta la monarquía para disponer de nuestra deferencia?

El corazón tiene razones que la razón ignora. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Esas paradojas nos inspiran la razón de la irracionalidad de la monarquía en un país donde la confrontación territorial necesita la simbología de un jefe de Estado que trascienda las miserias de los intereses políticos particulares.

En Davos tenemos la respuesta. Lo que no se han atrevido a sostener Gobiernos y oposiciones, Felipe VI lo ha hecho con la autoridad de un republicano: defender el Estado de Derecho. La lección que hemos de extraer de la crisis catalana –advirtió al mundo– es que debe preservarse el imperio de la ley como piedra angular de la democracia y la soberanía nacional.

Ya lo había hecho ante el 1 de Octubre, lo sostuvo en su discurso de Navidad y lo recuerda al mundo entero ahora en Davos. Su actitud defiende el régimen de libertades, inspira el bien común y personifica a la nación. ¿Alguien cree que un político actual puede desempeñar ese papel imprescindible en esta España cainita, donde solo hay campanarios y nadie se ocupa del bien general? ¿Se pueden imaginar hoy en España un jefe de Estado entre los líderes políticos actuales con la autoridad y neutralidad suficiente para ser aceptado por tanta autonomía con ínfulas de nación? ¿Alguien está hoy tan preparado como él para atraer inversiones extranjeras, lograr contratos en el exterior y defender los intereses de España en el mundo?

Reparen. Frente a la corrupción política generalizada (incluida la de algún miembro de su propia familia) y el riesgo de una ruptura territorial, se ha revelado como la única figura simbólica capaz de trascender el partidismo, la coyuntura electoral, el interés particular y las luchas por el poder de políticos que entran y salen sin más objetivo que su propio provecho. Sin duda, va en su cargo y es lealtad obligada. De ella depende la continuidad de la monarquía misma. Pero no por ello merma su mérito.

Paradójicamente, el rastro del Antiguo Régimen remodelado en simbología parlamentaria es hoy el baluarte republicano más seguro para garantizar los derechos y libertades democráticos en España. Cuando nadie parecía poner freno al golpe institucional contra la democracia en Cataluña, su intervención en defensa de la Constitución y el respeto a la ley sacó a un millón de ciudadanos a las calles de Barcelona y comenzó a cambiar todo. Ayer, en Davos, arruinó definitivamente la propaganda miserable del fascismo posmoderno europeo de siempre. Tras sus palabras, la farsa de Puigdemont en el mundo se quedará en lo que es, una farsa lamentable.

Este humilde partidario de la República como forma de Estado quiere reconocer su labor: ¡viva Felipe VI! ¡Viva el Rey!

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