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José García Domínguez

Torra es igual de racista que el resto

Torra, su halitosis moral y su bilis supremacista, forma parte de la normalidad dentro del mundo catalanista.

Torra, su halitosis moral y su bilis supremacista, forma parte de la normalidad dentro del mundo catalanista.
Quim Torra y Carles Puigdemont | EFE

No, el interino Torra no es un xenófobo. No lo es en absoluto. Y no lo es porque la xenofobia, a decir de todos los diccionarios, consiste en una tara psíquica que se exterioriza en el odio a los extranjeros o, si se prefiere conceder un sentido algo más blando y restrictivo al término, a los extraños. Sin embargo, a quienes en verdad odia Torra es a sus conciudadanos, personas con los que lleva compartiendo el espacio público y la vida cotidiana desde el mismo día de su nacimiento. En concreto, Torra abjura con toda su bilis de la mitad, grosso modo, de las personas con las que desde niño se viene cruzando por la calle a diario. Personas en cuya compañía compartió las aulas escolares, acudió a la universidad, participó en actividades deportivas, se topó en los pasillos de los hospitales, cedió ocasionalmente su asiento en el autobús o tuvo por jefes y subordinados durante el breve lapso de su trayectoria laboral en el que se ganó el sustento gracia a la nómina de una empresa privada.

Porque a los únicos seres humanos a quienes aborrece Torra, y con todas sus fuerzas además, con ira ciega, es a un muy específico grupo de ciudadanos catalanes. Únicamente a esos. En concreto, y como ya resulta universalmente sabido a estas horas, el décimo presidente de la Generalitat desprecia con saña compulsiva a cuantos habitantes de Cataluña se apelliden, pongamos por caso, García y que, no contentos aún con arrostrar semejante estigma de origen, osen prodigarse en el uso impune del idioma español. Y a eso, a la enfermedad de Torra, no se le puede llamar xenofobia por la muy sencilla razón de que no es xenofobia. Si se insiste en calificarlo de tal modo lo único que se estará certificando es que los racistas, pues de puro y duro racismo se trata, van ganando la batalla del lenguaje, lo que vendría a significar que van ganando la partida. No, el pequeño racista Torra no es ningún xenófobo.

Pero no solo eso. Porque el pequeño racista Torra tampoco es nada singular, ni raro, ni extravagante, ni especial, ni minoritario, ni peculiar ni insólito dentro del universo ideológico del que procede, esto es, dentro de la cultura del catalanismo. Torra es como los demás. Exactamente igual que los demás. Claro que es un pequeño racista, pero es que el resto, sus pares, también lo son. Todos. ¿Cómo explicar, si no, que esa producción literaria suya, la que publicó durante más de veinte años consecutivos en medios de comunicación cuyos contenidos estaban al alcance de todo el mundo, no generase escándalo alguno en la buena sociedad catalana y catalanista a la cual iban dirigidos? Pues por una razón desoladoramente obvia, a saber: porque Torra vomitaba en la prensa local ideas compartidas no sólo por los lectores de los medios catalanistas, sino por el conjunto de los autores y publicistas encargados de crear opinión entre ese público. Torra, su halitosis moral y su bilis supremacista, forma parte de la normalidad dentro del mundo catalanista. En ese albañal estelado, lo raro, lo insólito más que raro, sería topar con alguien que no pensase igual. Porque no es que él sea así. Es que ellos son así. Y siempre han sido así. Siempre. Pero en Madrid parece que se acaban de enterar.

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