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Antonio Robles

Veni, vidi, vici, Vinicius

El Madrid ha vuelto de la mano de un chico de 18 años y la velocidad de un guepardo. No se dejen enredar con la derrota 0-3 del Madrid ante el Barça.

El Madrid ha vuelto de la mano de un chico de 18 años y la velocidad de un guepardo. No se dejen enredar con la derrota 0-3 del Madrid ante el Barça. Sólo es la consecuencia de la decadencia del primero y la solera que le sigue dando Messi al segundo. En ese pulso eterno entre dos rivalidades, el Barça aún es un equipo compacto e intratable, y el Madrid intenta recuperarse de la deconstrucción de Lopetegui. Cuanto antes acepten la fatalidad sus seguidores, antes empezarán a apreciar la verticalidad y valentía de Solari, y la estrella en ciernes de Vinicius.

El chaval nos ha congratulado con la magia del fútbol. Desde que el campo se convirtió en un ajedrez y los movimientos en coordenadas cartesianas, casi todo es previsible. El regate ya no es una opción, sólo el último recurso si la necesidad obliga. Tiralíneas al primer toque, la estrategia de pizarra, la presión como religión para cegar al contrario, paciencia y toque atrás para asegurar la posesión. Tablas. Y cuando la balanza empantana el choque, el juego se hace lento, pastoso, aburrido. Y, sobre todo, previsible.

Vinicius ha llegado para romper ese puzle aburrido e ineficaz. Antes de que le llegue la pelota, ya ha roto la empalizada con destellos eléctricos. No para la pelota, la acelera sin transición hacia la portería contraria. Es un prodigio de rapidez, instinto depredador, desborde, creatividad, belleza y alegría. Todo a la vez. Con esa insurrección contra la disposición pretoriana de los esquemas ensayados, rompe el tablero y convierte el ataque en un azar donde todo es imprevisible. En ese desorden reaparece el regate, la calidad, la rapidez mental y la precisión. Es el espacio del fútbol juego, emoción y magia.

Todo eso y más nos ha devuelto Vinicius al fútbol. Y lo que veremos, porque si con 18 años es escurridizo como una anguila, habilidoso, un puñal capaz de encarar, quebrar caderas, superar en velocidad desventajas, intimidar contrarios, enfrentándolos, cuando madure y se consolide en su disparo a puerta, el madridismo irá al Bernabéu a ver a Vinicius, como los culés van al Nou Camp a disfrutar el festín que le ofrece cada domingo Messi.

Este latigazo de cobre no se parece al astro argentino. Messi es imparable, regatea a cualquiera, escanea el espacio y lo formatea para ponerlo al servicio de su equipo, cuelga la pelota donde quiere y como quiere, hace jugar a los demás, hace mejores a los demás y siempre está ahí para encarar esos partidos que su equipo sería incapaz de ganar por sí mismo. Posiblemente el mejor jugador de todos los tiempos. Pero no el más plástico, no el más épico, no el más hermoso. Sin duda, sí el más eficaz.

Vinicius es otra cosa. Viene de esas galopadas de Gento, de George Best o de las diabluras de Ronaldinho. Desequilibra y derriba empalizadas. En espera de que madure en su relación con el gol, Vinicius ha venido para quedarse. Dará tardes de gloria.

Ayer, mientras escuchaba a Rajoy y su pachorra, añoré con nostalgia un Vinicius que ponga patas arriba el tablero seudemocrático catalanista que procesados, testigos y abogados defensores sostienen con descaro enmascarados tras personajes históricos que representan los mejores valores de la humanidad, como Gandhi, Luther King, Mandela, Rosa Parks… La manera más obscena de colarnos de matute el mayor asalto sedicioso contra la soberanía de nuestro Estado de Derecho.

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