La prueba de lo muy poco que sabe Albert Rivera sobre el Silicon Valley es que acaba de comprometerse a crear otro igualito al original yanqui aquí, en España, y además en el muy meteórico plazo de apenas diez años. Es el tipo de fantasía adolescente aplicada a la política que el difunto Gustavo Bueno bautizó en su día como pensamiento Alicia. Y es que aquí, en España, no va a haber nunca una réplica local del Silicon Valley. Nunca. Ni dentro de diez años, ni dentro de treinta ni tampoco dentro de cincuenta. No la habrá jamás porque, entre otras poderosas razones, uno de los rasgos críticos que singulariza y distingue a los sectores de la nueva economía basada en los intangibles digitales frente a la industria tradicional es la tendencia irrefrenable, universal y ubicua a la creación de monopolios naturales. Albert Rivera puede elegir entre más de cien marcas de coche cada vez que quiere cambiar de vehículo particular. Pero solo dispone en la práctica de un único buscador, Google, cuando navega por internet. En la nueva economía de la información, los intangibles y las redes, el ganador se lo lleva todo.
El ganador se lo lleva todo y los perdedores también lo pierden todo. Por eso en el mercado hay cien marcas de coches, pero solo un buscador de internet. Había cientos, pero solo queda ese: todos los demás han muerto por el camino. España, sí, puede fabricar coches que compitan y convivan en el mercado con otros que fabrica Estados Unidos. En el viejo mundo de las mercancías materiales y tangibles, nada lo impide. Pero pretender competir en el mercado mundial con el Silicon Valley desde España solo resultaría factible a medio plazo logrando expulsar del mercado mundial al Silicon Valley desde España. Dicho así, suena a broma. Suena a broma porque es una broma. Pero de esa broma es de lo que está hablando muy en serio Albert Rivera a estas horas. En España, pese a las ensoñaciones juveniles de Ciudadanos, no va a instalarse ningún Silicon Valley. No obstante lo cual, los políticos españoles, empezando por Albert Rivera, tienen mucho que aprender del Silicon Valley.
Porque, frente al mito popular, ese tan cinematográfico de los emprendedores geniales y prometeicos creando tecnologías revolucionarias en viejos garajes destartalados de sus padres, la mucho menos épica realidad es que todas las grandes innovaciones surgidas del Valle del Silicio, todas sin excepción, han sido el fruto de la colaboración entre el sector público norteamericano y la iniciativa privada. Contra lo que parece creer Albert Rivera, el gran secreto del Valle del Silicio no son ni los incentivos fiscales ni el sol siempre radiante de las playas de California, sino los cientos y cientos de millones de dólares que el Gobierno de los Estados Unidos destina todos los años a financiar la investigación tecnológica básica, ya de forma directa a través de varias agencias estatales, ya en estrecha colaboración con docenas de universidades y de empresa privadas instaladas en el Valle. Se llama política industrial y tiene muy poco que ver con los guiones de películas para adolescentes.