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José García Domínguez

Notre Dame y el complejo de inferioridad español

Cualquier catedral gótica de nuestro país vale más, mucho más, que la primera iglesia de Francia.

Cualquier catedral gótica de nuestro país vale más, mucho más, que la primera iglesia de Francia.
C.Jordá

Tan triste, el siniestro de Notre Dame ha vuelto a sacar a la luz ese inconfesable complejo de inferioridad frente a nuestros vecinos del Norte que todavía hoy sigue arrastrando España. Un cóctel de difícil digestión cuando encima se mezcla con la ignorancia enciclopédica de demasiados profesionales de la información. Y es que cualquier catedral gótica de nuestro país vale más, mucho más, que la primera iglesia de Francia, esa que aún a estas horas no sabemos si logrará mantenerse en pie. Muy superior a la catedral de la capital francesa es, sin ir más lejos, la de la villa soriana de Burgo de Osma, con su impresionante retablo mayor, obra de Juan de Juni, un francés, por cierto. O la de Orihuela, titular de un patrimonio ornamental propio que ni podría soñar Notre Dame, con obras de Velázquez, Vicente López, El Españoleto, Ribera, Juan de Juanes o Luis de Morales. Por no hablar de Palencia, León, Burgos, Tarragona y tantas otras.

Valen mucho más todas las nuestras por la muy aciaga razón de que Notre Dame ya fue desposeída de la práctica totalidad de su inmenso patrimonio artístico hace dos siglos, cuando la tan celebrada turba revolucionaria de París convirtió el interior de sus muros en un hangar tras, entre otras hazañas, destruir a martillazos el conjunto de las esculturas de los reyes de Israel que allí figuraban, al confundirlos el vulgo con representaciones de los monarcas de la propia Francia. Transformada luego por Robespierre en sede oficial del nuevo culto estatal al Ser Supremo, cualquier mínimo resto de imaginería cristiana tenía que ser destruido en el acto. A imagen y semejanza de lo que ocurre hoy con las iglesias históricas de Barcelona, empezando por la muy literaria Santa María del Mar, que semejan sin excepción garajes vacíos de coches tras haber arrasado y quemado toda su ornamentación sacra de incalculable valor los primarios de la CNT-FAI cuando el 36, la genuina destrucción de Notre Dame ya se produjo en su día y para nada respondió a fatalidad azarosa alguna. Pero hay otro rasgo propio de la psicología colectiva, en este caso de franceses y españoles, que también ha emergido a la luz en paralelo a la desgracia de París.

A este lado de los Pirineos no deja de sorprender al observador atento la conmoción personal tan poco impostada, tan auténtica, tan sincera, de representantes de la izquierda francesa más radical, además de laica y laicista, como Jean-Luc Mélenchon, quien apenas pudo contener las lágrimas ante la estampa de la destrucción del principal establecimiento de culto católico de su país. En esa consternación verdadera del líder de la izquierda más atrabiliaria de Francia, una reacción impensable a este lado de la frontera, se deja traslucir, mucho más allá del horror ante la pérdida de un patrimonio arquitectónico, la identificación emocional de Notre Dame con las señas de identidad de la propia nación francesa. Para el ateo Mélenchon, Notre Dame es Francia. Por eso brotan las lágrimas de sus ojos al verla arder. Una identificación espontánea, la de la representación arquitectónica y artística del catolicismo ancestral con la propia nación, que también se da en la progresía hispana.

Mélenchon ve en Notre Dame a Francia y sus ojos se humedecen. Nuestros progres ven en la catedral de Santiago a España y de ahí su instintivo mohín de incomodidad. Freud podría escribir todo un tratado con lo que están diciendo en las últimas 24 horas.

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