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Antonio Robles

A toro "Casado" todos somos Manolete

Todos exigieron a Casado mano dura contra la corrupción interna, firmeza con el nacionalismo, renovación interna, y determinación para frenar a Vox. 

No hay como tener un buen resultado electoral para pasar de botarate a virtuoso. Como no hay peor destino que sufrir una debacle electoral. Pasas de príncipe a mendigo en menos que canta un Feijóo con aires ampulosos.

No es ocioso recordar que la democracia no garantiza la elección de los mejores, ni tampoco la verdad, sino para evitar que nos matemos. Aunque a menudo confundamos la democracia (gobierno del pueblo) con aristocracia (gobierno de los mejores).

Es curioso, todos exigieron al nuevo líder del PP, mano dura contra la corrupción interna, firmeza con el nacionalismo, renovación interna, y determinación para frenar la posible sangría de votos a Vox.

A toro pasado, los enemigos internos y los analistas externos han olvidado esas necesidades previas. Ni siquiera se han planteado, en el contexto de la euforia preelectoral de Vox, qué hubiera pasado si el ganador de las primarias hubiera dejado al capricho de Vox todo el flanco de la derecha más conservadora del PP, y a Cs, monopolizar la firmeza contra el nacionalismo. O, si hubiera actuado con la misma tibieza de Rajoy en las políticas de exclusión lingüística de la Galicia de Feijóo, o de la Cataluña supremacista de Torra. Ya no digo nada si hubiera permitido afianzar la idea de que en el PP de la corrupción y Rajoy todo seguía igual.

Nadie puede asegurar con certeza si el resultado del PP fue culpa de este político o aquella circunstancia, pero nos empeñamos en buscar culpables entre los políticos. Sólo. Nadie parece querer hablar de la responsabilidad individual del votante corriente a la hora de juzgar el comportamiento político de según qué líderes.

Es evidente que millones de españoles pasaron factura al PP corrupto y pusilánime de Rajoy, como se la pasaron a la chulería y desvergüenza de los caciques de Galapagar. El resto salió vivo y coleando a pesar de sus miserias. Con nuestros votos, los votos de ciudadanos considerados uno a uno, con nombre y apellidos y la responsabilidad correspondiente.

Después de estas elecciones debemos plantearnos por qué 7.480.755 personas, el 28,68% del censo electoral, votó a un líder que se había comportado como un verdadero villano en el ejercicio de la política. Por alcanzar el poder o mantenerlo fue capaz de pactar con el terror blanqueado de ETA, con racistas culturales y supremacistas catalanes, o con el populismo con el que juró no pactar jamás. Traspasó tantas líneas sagradas del comportamiento político, que ya no hay epítetos para definir la devastación. "Psicópata, Judas, ególatra, okupa, incapaz, felón, mentiroso", recopilaba hoy Raúl del Pozo.

Él sólo pulverizó todos los límites que nadie antes de él se había atrevido a transgredir, y dejó el campo de la política sin referencias éticas. Se enfrentó a la sanción social como un psicópata de manual, y ganó. Una sociedad sin escrúpulos se abrazó a su causa, a la misma que defendía el egoísmo, el caciquismo territorial, las identidades tribales, la insolidaridad, la fragmentación, el populismo, el nacionalismo, a los golpistas. Con total irresponsabilidad. Y se desentendió de la solidaridad, la igualdad, la ciudadanía política, que defendieron siempre los dirigentes históricos de su partido y la trayectoria social del PSOE desde la Transición.

Todos teníamos claro durante la campaña que volvería a pactar con los herederos de ETA y con los golpistas. Su silencio nos dejó claro que, si era necesario y los necesitara para gobernar, indultaría a esos "presuntos" delincuentes. Y, sin embargo, lo votamos. Deberíamos preguntarnos por qué nosotros, los ciudadanos corrientes, no nos consideramos responsables de rehabilitar a un amoral dispuesto a todo por seguir en el poder. Lo que no soportaríamos en nuestras relaciones personales con nuestros cercanos, lo aceptamos en las relaciones políticas. Para reflexionar.

Más allá del derecho a ejercer el voto como mejor nos convenga, debe haber algo que determine el comportamiento. Más allá de las ideologías. La crítica es contra el comportamiento, no contra la opción ideológica. Pongan si quieren a Bárcenas, a Pujol, maldigan a Otegui. Independientemente de ideas, todos ellos son unos impresentables sin respeto a valor alguno. Y la gente corriente tiene en su voto la posibilidad de jubilarlos. Esta vez no lo ha hecho.

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