En el tan citado libro de Ignatieff, Fuego y cenizas, cuenta el autor que un periodista le describió el papel de la prensa en asuntos políticos -y posiblemente en otros- diciendo que "consiste en ser testigos de la batalla y después bajar a rematar a los heridos". Hay que agradecer a aquel periodista canadiense, cuyo nombre no cita Ignatieff, esa visión tan real y realista y tan alejada de la que tiende a cultivarse en el sector. Pero en el caso del Partido Popular, vistos los resultados de las generales y vistos los pronósticos para las autonómicas del CIS, al que de pronto todo el mundo confiere la credibilidad que le había negado antes, se impone constatar que la prensa aún no ha bajado a rematar a los heridos. Es decir, al herido Casado. Y esto es llamativo.
La batalla no ha terminado. Es la primera posibilidad, y además es verdad. Al menos de aquí al 26 de mayo se puede decir que las espadas están en alto y los observadores a la espera, aunque entretenidos con el rumor de la próxima refriega, la definitiva. Pero también puede ocurrir que la tarea de rematar al herido forme parte de la batalla, y que sean los compañeros de partido, especie verdaderamente letal, los que asuman el papel reservado, en otras circunstancias, a los testigos. Los compañeros del partido, los poderes fácticos del partido en realidad, son los que están viendo cómo rematan y cuándo rematan, si es que rematan, porque todo eso depende de más de un depende.
Uno de los primeros poderes del PP que salió a criticar la campaña de Casado fue Núñez Feijóo. A él se dirigieron los testigos y habló. Y sigue hablando. Incluso habló con el propio Casado, que fue a verle a Galicia para escenificar, como suele decirse, que no hay división ni mal rollo y todos son una piña. Sin embargo, la piña no presenta buen estado. Ni por el lado del presidente del PP, que se hizo la autocrítica volando, ni por el lado de quién se la está haciendo a pesar de todo.
La fe de errores que expone Feijóo para explicar la hecatombe del PP tiene mucho de déjà vu. Están los clásicos errores de comunicación -no hemos hecho llegar el mensaje, etcétera-. Y está sobre todo la idea de que el mal resultado se debe a una mala estrategia. Que el problema ha sido un enfoque erróneo de la campaña, como si todo se dirimiera en esas semanas previas a las elecciones y el declive del PP no viniera de atrás, ni hubiera sido ya visible en 2015. En un ámbito más cerrado y controlado, como una comunidad autónoma, un partido puede remontar un desgaste en una campaña o casi. Pero a nivel nacional lo tiene más complicado, en especial, si no dispone de la ventaja de estar en el Gobierno.
Las críticas van a lo pequeño. Feijóo cree que fue una equivocación decir que Ciudadanos es un partido de centroizquierda, porque eso le ha "regalado" votos (del PP). O que fue un desastre (el término es mío) que pareciera que Vox iba a entrar en un Gobierno del PP y no dejar claro que "no tiene nada que ver con el PP, ni por su historia ni por su presente ni por su futuro". Del futuro nada sabemos, pero sí sabemos que los fundadores de Vox, como Vidal-Quadras y Abascal, fueron del PP y no de la segunda fila. En cualquier caso, nada de eso es importante. Los argumentos críticos de Feijóo son débiles. Su fuerza está únicamente en los sobreentendidos. Y como los sobreentendidos son tópicos topicazos - la derechización y la pérdida del centro- dan la impresión de explicarlo todo, cuando no explican prácticamente nada.
Lo más interesante, como tantas veces, es lo que no se dice. Feijóo elude reconocer que apoyó a Casado frente a Saénz de Santamaría, y que no lo hizo a ciegas. Sabía cuáles eran las teclas políticas que iba a tocar el candidato en cuanto accediera a la presidencia. Sabía, por seguir con los tópicos, que se iba a derechizar y a perder el centro. Esto incita a especular sobre las razones de aquel respaldo. ¿Lo hizo para que se estrellara quien encarnaba posiciones opuestas a las suyas, para que fracasara quien apostaba por cierto rearme ideológico en lugar de por el "no meterse en políticas" de los gestores? Porque era evidente que el PP iba a sufrir quebranto, estuviera quien estuviera a la cabeza.
En una entrevista, Feijóo acaba de descartarse para optar por la presidencia del partido. Eso dicen los titulares. Yo no pondré la mano en el fuego por ellos. Cierto: no puede ni insinuar que va lanzarse a esa batalla. Sería contraproducente. Y habrá que ver cómo pintan las autonómicas para el PP en Galicia el año próximo. Si pintan mal, si parece claro que ya no podrá escaparse de perder la mayoría absoluta y también el poder, ¿querrá Feijóo ser el padre de esa derrota o preferirá cambiar de aires? A Fraga le convencieron de presentarse en 2005 por última vez, porque sin él se perdía seguro. Aceptó, perdió y se retiró. Feijóo no tiene edad para repetir el sacrificio. Por ahora, le basta con estar ahí, en la reserva activa, dispensando la pequeña crítica con grandes sobreentendidos. Se sabrá que ha llegado el momento cuando la prensa baje, ya en serio, a rematar a los heridos.