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Antonio Robles

Messi, la derrota del supremacismo

El trasvase emocional de la superioridad deportiva del Barça ha tenido una importancia capital en la soberbia supremacista del nacional-catalanismo.

Con la deserción de Messi, el Barça completa su decadencia y arrastra en su caída a la ficción supremacista del independentismo, levantada en buena medida sobre los éxitos deportivos del club del régimen. No es una frivolidad. El entusiasmo emocional colectivo que produjo el Barça de Messi y Guardiola en el catalanismo, llevó a identificar la superioridad deportiva con el supremacismo nacional (no olvidemos que el Barça es la auténtica selección de Cataluña). O por ser más exactos, el trasvase emocional de la superioridad deportiva del Barça ha tenido una importancia capital en la soberbia supremacista del nacional-catalanismo.

Llevo escrita una trilogía sobre la correspondencia entre ese supremacismo deportivo del Barça y el envalentonamiento secesionista del procés. Cada artículo da cuenta de los síntomas decadentes que toda ficción sufre en su rozamiento con la realidad. En el último texto de agosto de 2017 (La decadencia del Barça), la deriva ya era irreversible. Los mimbres con los que se tejió esa plenitud habían perdido su elasticidad. Se había ido Guardiola como símbolo telúrico entre el gol y la nación, su presidente Laporta identificaba directamente fuerza deportiva e independencia, y Messi perdía por desgaste de materiales a sus escuderos más preciados, Puyol, Eto’o, Xavi, Iniesta, Busquets…

Con los principales instigadores del golpe secesionista en la cárcel, con el fanático Torra al frente de una institución prostituida, y el mangante Puigdemont haciendo todo tipo de extravagancias para sacar la cresta en los medios como fuera, el golpe de Messi ha convertido el 2-8 del Bayern en la antítesis de aquella exuberancia deportiva. La Cataluña deprimida que deja ese vendaval emocional emula los versos de Antonio Machado dedicados a una Castilla decadente y empobrecida por sus propios excesos: "Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora." Aplíquese hoy a Cataluña.

Más que nunca, la cloaca intelectual, moral y política de los dirigentes del procés, desprecian e ignoran todo cuanto se opone a su delirio. En su huida irreversible a la decadencia, no les queda ni siquiera la muleta de un Barça y su Dios pagano conectados directamente con "la eternidad". El equipo está tan deshilachado como el procés, y su dios abandona el muradal con la misma cobardía que Puigdemont huyó de sus cuentas con la Justicia, sin pagar su rescisión de contrato. Y en medio del cigarral, desolación.

Es hora de tomar conciencia de esta época miserable y evitar levantar monumentos a su delirio. Ni el procés merece una mesa de diálogo, ni Messi ser considerado un personaje ejemplar. El primero, porque el relato intelectual que lo sustenta está basado en el racismo cultural y su acción política, en la ilegalidad. Y el segundo, porque su comportamiento social le llevó a ser condenado por fraude fiscal. Hecho que jamás fue afeado por los medios del régimen ni por ninguna institución política catalana. Lo contrario de lo que ha hecho ante su marcha, el presidente de la Generalidad, Quim Torra. Le ha faltado tiempo para alardear de su Cruz de Sant Jordi y para recordarle en un tuit que Cataluña es su casa.

Ese ha sido uno de los muchos privilegios que le ha otorgado el nacionalismo, el mayor de todos, el no obligarle a utilizar el catalán. Un privilegio reservado a quienes tenían capacidad para rebotarse contra la imposición, o credibilidad mediática para denunciarla. Algo que Messi jamás hizo, a excepción de unos comentarios en Argentina en el 2000 desapercibidos en España, a raíz de la vuelta de su hermana de 12 años a Rosario por rechazo a la inmersión lingüística catalana: "Cuando mi hermanita iba a la escuela hablaban en catalán, lloraba y no le gustaba".

Nunca más se le oyó. Lástima, porque es sangrante que se le exija el nivel "C" de catalán a todos, incluso a un trabajador municipal de recogida de basuras como paso previo a optar al trabajo, y no lo hayan hecho con Messi. Lo que demuestra el carácter hipócrita, interesado y cobarde del nacionalismo catalán, débil ante los fuertes, y fuerte contra los débiles.

En realidad, Messi se dedicó a lo suyo, a ser el mejor jugador de todos los tiempos, ganar dinero y callar. Como casi todos en Cataluña. Incluidos los profetas de la república catalana. El propio Guardiola ha cambiado su amor incondicional por Cataluña, por su propio comedero. O eso parece, a juzgar por el desvalijamiento del mejor jugador del Barça para servir a sus intereses personales en el Manchester City. En eso suelen quedar esos amores incondicionales a la tribu.

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