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Cristina Losada

De la foto de Colón a la de Castilla y León

De lo que se trata es de que el principal partido de la oposición no pueda gobernar en ningún caso.

De lo que se trata es de que el principal partido de la oposición no pueda gobernar en ningún caso.
Juan García Gallardo con Mañueco | EFE

Pido disculpas por la rima, pero la política se hace con imágenes, una foto puede más que un programa de Gobierno y el título indica cuál va a ser la evolución. Cierto que a programa no llega lo que firmaron Mañueco y Gallardo; es un pacto de Gobierno. Aun así, conviene leerlo para valorar si, en efecto, el contenido merece las alarmadas declaraciones con las que lo han saludado en la izquierda. Digamos, como resumen, que los más vigilantes han descubierto en esos folios dos horrores notables, que son una voluntad de aprobar una ley de violencia intrafamiliar y un silencio sobre la memoria histórica. Ah, y promover una "inmigración ordenada", que será un horror si el ideal es tener una inmigración lo más caótica posible. No se han fijado los vigilantes en el punto de dar un papel protagonista a los municipios y las provincias, cosa que a saber qué significa, pero llama la atención que no vean que ahí se esconde un horror potencial: la relegación de lo autonómico. En fin. Sobra ya este intento. Porque la alarma nada tiene que ver con el contenido del pacto.

Ninguna de las graves declaraciones que han condenado el acuerdo tienen que ver con su contenido. Establecida la premisa de que Vox es un peligro para la democracia, no hay que justificar que lo sea aludiendo a tales o cuales elementos de un pacto de Gobierno concreto. Basta insistir en las estremecedoras proclamas de la alerta antifascista. Lastra, por ejemplo, dijo (o quiso decir) que en Castilla y León, a partir de ya, va a haber un Gobierno franquista. "La extrema derecha vuelve a los Gobiernos 40 años después", declaró. Hace 40 años era 1982, el año en que su partido obtuvo mayoría absoluta en las generales. En esa época muchos Gobiernos municipales y algunos autonómicos también estaban en manos de los socialistas. Partidos de extrema derecha como el de Piñar no obtuvieron representación en las Cortes, salvo que la diputada meta en ese saco a Alianza Popular, a UCD o al CDS. Tendrá que revisar Lastra su aritmética o la historia más reciente. Pero sus palabras, precisamente por los errores que contienen, muestran bien que la alarma es retórica.

La alarma tiene su funcionalidad política. Desde las andaluzas de 2018 que acabaron con la era socialista e hicieron de Vox llave del cambio de Gobierno, la izquierda reavivó las brasas del miedo a la derecha, viejo recurso para movilizar a su electorado menos activo. Lo hizo con la foto de Colón en las dos generales de 2019, aunque con poco éxito. El temor a un trifachito no parece que engrosara el resultado de los partidos de izquierda. Pero que no funcione unas veces no quiere decir que no pueda funcionar otras, especialmente cuando no se tiene nada mejor que el miedo para arrastrar al votante. Además, al consignar a Vox como peligro para la democracia, los partidos de izquierda aspiran a privar al PP de la posibilidad de gobernar, o a hacerla muy costosa.

La gracia del asunto es que el principal partido de la oposición no pueda gobernar en ningún caso. Si pacta con un peligro para la democracia hace una monstruosidad inenarrable. Pero si no pacta no va a poder contar con nadie, porque ninguno de los partidos que dicen que si entra Vox se acaba la democracia van a salvar a la democracia ofreciendo al PP sus votos para que gobierne en solitario. Eso, ni en broma. La operación de salvamento de la democracia tiene ahí su claro y definitivo límite. Lo cual muestra, de nuevo, hasta qué punto la alarma es retórica.

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