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Cristina Losada

El 'piolinazo'

Los socialistas no tienen la varita mágica que convierte a separatistas empecinados en devotos de la lealtad constitucional.

Los socialistas no tienen la varita mágica que convierte a separatistas empecinados en devotos de la lealtad constitucional.
Pedro Sánchez, en el Congreso. | EFE

El golpe de octubre de 2017 no fue contra el Partido Popular. Es sabido que el separatismo no se lanzó a su aventura sediciosa por que le tuviera una fobia particular al Gobierno de España de entonces. Pero se ha hecho necesario aclararlo. Y aclarárselo al presidente. Es probable que lo tuviera medianamente claro en su momento, porque lo que hizo entonces Sánchez fue aprobar la aplicación del artículo 155 en Cataluña a fin de restablecer allí el orden constitucional. Su partido sumó fuerzas con el PP para desalojar a un Gobierno autonómico que se había puesto fuera de la ley. De haber creído que el inductor o provocador de la asonada separatista era el Gobierno de Rajoy, en lugar de aprobar el 155, los socialistas habrían presentado una moción de censura.

La moción de censura iba a llegar un año después, aunque por motivos bien diferentes, y con el concurso, ay, de partidos que habían protagonizado el golpe. Pero en 2017 los socialistas aprobaron el 155, como tenía que ser, porque el golpe era contra la nación. Con el paso del tiempo, sin embargo, se montan relatos falaces. Y se ve que los socialistas han ido tejiendo una fantasía sobre el 1-O con los hilos de su propia propaganda. En esa ficción, que difumina la responsabilidad del separatismo, el golpe fue provocado por el PP y nunca se hubiera producido de haber estado ellos en el Gobierno. Esta narración autocomplaciente es lo que subyace en las palabras del presidente en el Congreso en las que contrapuso lo que hizo el PP –mandar "piolines"– con lo que hace el PSOE: la "concordia".

Los socialistas tuvieron la suerte de que no les tocara hacer frente al 1-O. Y han tenido la suerte de llegar al Gobierno después de que se hubiera frenado lo más virulento del golpe, y con el soufflé independentista a la baja. Prácticamente nada de lo que han hecho dispensando el agua bendita del diálogo y la concordia, como indultar a los dirigentes separatistas, ha tenido efectos sustanciales en la morfología del separatismo. Porque el efecto principal, que fue que no consiguiera sus objetivos y se sintiera derrotado, se produjo cuando se paró el golpe y se manifestó, impresionante, la Cataluña silenciada. Fue aquel baño de realidad que recibió el independentismo, y no otra cosa, lo que ha desinflado su hinchazón.

Los socialistas no tienen la varita mágica que convierte a separatistas empecinados en devotos de la lealtad constitucional. Ni siquiera pueden hacer de ellos leales compañeros de viaje. El torpedo Pegasus, la mayor crisis que ha tenido este Gobierno, se lo ha lanzado el separatismo catalán. Y, sí, habrá podido lograr Sánchez, siempre que el mérito sea suyo, que la selección nacional jugara un amistoso en Cornellá, pero no ha conseguido que el Rey pueda ir a Gerona, porque este año tampoco irá.

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