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Pablo Planas

El vertedero de Roures y Borràs

Si a alguien le parece que lo de Gabriel Rufián es vomitivo es porque no conoce el paño de los Dalmases de JxCat.

Si a alguien le parece que lo de Gabriel Rufián es vomitivo es porque no conoce el paño de los Dalmases de JxCat.
Laura Borràs junto a Francesc de Dalmases. | Archivo

La nueva Convergencia catalana, ahora llamada Junts per Catalunya (JxCat), es el partido más friki de Cataluña y probablemente también del resto de España. Pero no se trata de una formación con frikis simpáticos y geniales, como Sheldon Cooper o Raj Koothrappali, dos de los protagonistas de la serie The Big Bang Theory, sino de frikis malvados, despóticos y abusones. Es lo propio del partido de Carles Puigdemont y Laura Borràs, la última sensación de eso que llaman política catalana y que no es más que una auténtica excrecencia.

Fuera de Cataluña y de sus círculos políticos, Francesc de Dalmases es un perfecto desconocido. En cambio, en los medios de comunicación catalanes públicos y privados más o menos afectos al proceso separatista, el tipo es de sobras conocido y tiene fama de ser muy, pero que muy peligroso, al punto de que hay periodistas que declaran temer por sus puestos de trabajo si denuncian las conductas y comportamientos que luce el diputado de JxCat, gran amigo de doña Laura Borràs.

Sucede que a Dalmases se le fue la mano en la bronca que le metió a una periodista de una productora que trabaja para TV3 y algunos informadores han decidido denunciar públicamente el tipo de formas que se gasta el individuo, portavoz de su partido en la comisión de control de los medios públicos catalanes. Tras una entrevista no especialmente incómoda en TV3 a Laura Borràs, su colega Dalmases agarró de la muñeca a la periodista con la que se había acordado la entrevista, la introdujo en un camerino y le propinó una bronca de unos quince minutos (según los testigos del incidente) aliñada con golpes en las paredes y el mobiliario de la sala. Y en presencia de la propia Borràs, su jefe de prensa y su jefe de gabinete.

Una compañera de la violentada periodista trató de acceder al camerino, pero alguien mantenía bloqueada la puerta. Los gritos eran tan fuertes que llegaban al plató donde seguía el programa en el que se había preguntado a la presidenta del parlamento catalán, oh sorpresa, por el juicio por corrupción que le espera en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC). El realizador del programa salió a ver qué era ese escándalo y tras mucho pensárselo, un grupo de compañeros de la periodista se dirigió hacia la otra puerta del camerino cuando Borràs y su séquito salían por la que habían entrado.

Todo eso pasó el 9 de julio, por lo que la acusada de corrupta y su "guardaespaldas" han logrado tener amordazadas a las decenas de personas que presenciaron o escucharon la escena durante más de una semana. No es poca cosa el poder intimidatorio de esta banda. La afectada, ni que decir tiene, prefiere "olvidar" lo ocurrido.

Concurren en el asunto tantas circunstancias que es difícil escalonarlas por su gravedad. Presión física, violencia contra las cosas, amenazas, insultos, menosprecio, intimidación... A mayor abundamiento, la condición femenina de la receptora de los dicterios multiplica la dimensión delictiva de los hechos. Hay que decirlo, aunque sea la obviedad más manida: ¿Alguien se imagina lo que estaría pasando si Dalmases fuera un dirigente de Vox, el PP o Ciudadanos en vez de un gerifalte catalanista?

Que quien sufrió esos quince minutos horrorosos sea periodista casi es lo de menos. Sí, claro, un político acosando a una informadora porque no le ha gustado lo que le han preguntado a una correligionaria. Vaya novedad. Pero esto es Cataluña y los políticos nacionalistas, del partido que sea, gozan de carta blanca para triturar carne de plumilla desde que Pujol impuso su "dictadura blanca", en expresión de Josep Tarradellas.

La novedad es que antes se limitaban a levantar el teléfono para fulminar a quien les placiera. Pero a sus herederos les priva más acojonar y acorralar a los cervatillos en persona, sin recurrir a intermediarios al aparato. Los esbirros de medio pelo son ellos. Ese es su nivel y esa la dignidad de la que tanto habla Laura Borràs, que según los testigos presenció en directo la actuación de esa especie de macho alfa del separatismo que responde al nombre de Dalmases.

No es nada extraño que el partido de Pujol haya degenerado en el partido de Laura Borràs y Puigdemont. La formación está plagada de huérfanos de Convergencia que no han dado un palo al agua en su vida, de amigos del prófugo de Waterloo y de auténticos trepas inútiles, bocazas y descerebrados por la independencia, lo que explica que ERC, otro disparate, sea el primer partido separatista de Cataluña. Si a alguien le parece que lo de Gabriel Rufián es vomitivo es porque no conoce el paño de los Dalmases de JxCat.

Nadie se imagina al beato Junqueras gritando a una periodista. Y menos en las instalaciones de un medio de comunicación, lo que no significa en absoluto que no use los mecanismos en manos de los políticos para destrozar la carrera de un pobre desgraciado o desgraciada empleada en un medio. Junqueras prefiere reunirse con Roures, propietario, junto a Buenafuente, de la productora en la que trabaja la última víctima de Dalmases. De esto resulta que el parapeto de Borràs y la propia presidenta del parlamento autonómico han pinchado en hueso porque a Roures no le gusta que las quejas se dirijan a sus empleados en vez de a él.

El bravo Francesc de Dalmases ha pedido auxilio a su formación. Pretende que le abran un "expediente informativo" para "poder defenderse", según dice. Lo que menos le conviene a su amiga Borràs es que haya trascendido un episodio que para ellos no es nada del otro jueves a las puertas de un juicio por fraccionar contratos para favorecer a un amigo que, para más inri, está condenado por falsificación de monedas y narcotráfico. El partido de Puigdemont está finiquitado porque es muy improbable que su nueva presidenta, la susodicha Borràs, asuma que sus modales y los de su séquito son impropios e inasumibles hasta en el vertedero de la política catalana y los medios de Roures.

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