Llegó el ansiado primero de enero y con él una petición unánime a sus Majestades: normalidad. La lista de deseos incluye el final de los años pandémicos (que la China amaga con amargar), una economía en crisis permanente – cansina histórica – y otra batería de medidas políticas para complicar si cabe un poco más, apretando sin ahogar, la vida del ciudadano medio.
Cielos despejados en este inicio de año y las urbes de nuestra Españita amanecen sin humo. Las ciudades respiran a salvo; alrededor de ellas, se respira más bien alivio y desesperación. En Madrid, unos rezan porque no pasan por la M-30 para ir a trabajar, pero sí por la M-40 y sólo Dios sabe cuánto tiempo podrán seguir circulando por ella con su coche del año 2001. Otros pierden horas de sueño mientras estudian nuevos recorridos y transbordos entre coche, andén y bicicleta para llegar a tiempo a la oficina.
Otro regalo que traerán sus Majestades, para no faltar a las tradiciones, será esa costumbre política de hacer normas como quien escucha música sin cascos en el metro: sin importarle mucho lo que ocurre alrededor. No pasa nada, pelillos a la mar y que la realidad no estropee ningún relato.
Se suele repetir aquel mantra de que a los políticos les falta empresa. Y no es caer por caer en el tópico – por algo existen –, pero parece que algunos no han tenido que jugarse los cuartos con el jefe de turno defendiendo un proyecto. Esas largas tardes de despacho en las que uno queda desarmado y sin réplica tras cuatro preguntas disparadas a quemarropa y su idea, que creía brillante, reducida a cenizas.
Bienvenido sea el aire limpio en las ciudades. Quiero pensar que esa es la primera parte del plan. Entiendo que la segunda es facilitar la vida de los que salen perjudicados a golpe de prohibiciones para cumplir el objetivo. El jefe de los que han ideado todo esto debería lanzarles alguna que otra duda razonable, como las ayudas a quien no tiene recursos para cambiar de vehículo, el teletrabajo en la medida de lo posible para no desplazarse a la ciudad, el aumento de la frecuencia de trenes (a Dios gracias cuando llegan a su hora), nuevas rutas de transporte público…
Cojan este ejemplo u otro cualquiera, el que más rabia les dé. Ahí siguen los burócratas de las altas esferas de la Unión Europea a vueltas con el coche eléctrico. Más de lo mismo: ¿se sabe lo que contamina la fabricación de una batería eléctrica? ¿Existe mineral suficiente para su fabricación a gran escala? ¿Han pensado dónde, quiénes y en qué condiciones se extrae ese mineral? ¿Hay capacidad e infraestructura suficiente en la red eléctrica para enchufarnos todos? Primero la norma y luego vamos viendo. La casa por el tejado, como reza Fito. Pero la realidad es tozuda y al final, donde dijeron digo, dirán Diego.
Es la diferencia entre solucionar los problemas de raíz o ir poniendo parches. Hoy por hoy, la política se reduce a sacar un papel con unas normas y obligaciones, vanagloriarse de solucionar el problema, crear otros tantos nuevos y mirar para otro lado. No se trata de derechas contra izquierdas frente a centrados. Ni de socialistas contra liberales, socialdemócratas o cualquier adjetivo que ya no dice nada. Es sentido común frente a ignorancia. Y a uno sólo le queda pensar si esta ignorancia es honesta o deliberada.
Empezamos el año como despedimos el último y los anteriores: con políticos empeñados en cambiar la realidad a golpe de sentencia sobre folio en blanco. Humo y barniz, damas y caballeros. Y mucho más denso y persistente que el de nuestras ciudades.