
El elitismo es como el colesterol: existe también el bueno y el malo. Y la derecha española contemporánea, que procede de una tradición histórica muy elitista, tiene en su ADN los dos. Pero hoy quiero hablar solo del bueno. Porque el elitismo bueno de la derecha era el que le aportaba la mentalidad gremial y la psicología corporativa propias de los altos funcionarios de carrera, los mismos que desde hace un par de siglos venían integrando su élite dirigente mediante el filtro estricto de la cooptación. De ahí que en la derecha no hubiera por lo general ni grandes ni pequeños genios de la teoría política, como tampoco inteligencias deslumbrantes, pero que, al menos, la calidad técnica de sus cuadros encargados de dirigir desde la trastienda de los segundos niveles de la muy compleja maquinaria del Estado resultase siempre más que aceptable.
Y si escribo en pasado es porque ese prerrequisito tradicional, el de la competencia operativa acreditada en un proceso de selección objetivo mediante oposiciones competitivas a los cuerpos más selectos de la Administración, cada vez distingue menos al Partido Popular de la izquierda. Un Isaías Táboas, por ejemplo, el típico buscavidas del aparato del PSC sin la menor cualificación académica ni curricular que lo avalase para presidir nada menos que una corporación empresarial de la dimensión mastodóntica de Renfe, no se le hubiera colado al PP. Y no estamos tratando, entiéndase, de corrupción, sino de simple incapacidad personal para ejercer empleos para cuyo desempeño no se está en absoluto preparado.
Táboas, otro de tantos indocumentados que han alcanzado empleos públicos de altísima responsabilidad solo gracias a los servicios prestados al partido en el pasado, podría haber salido indemne del ridículo, tan de chiste de Gila, de esos trenes que no cabían por los túneles. Casi con toda seguridad, habría sido así de no ser porque esa historia chusca del túnel y la locomotora llegó a oídos de la prensa anglosajona. Y si algo atormenta hasta el martirio a Sánchez es que en los periódicos anglófonos se rían de él. Mala suerte, sí, la de Pancho. Pero que le quiten lo bailao.