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Javier Somalo

El 11-M y los 44

Gracias al cambio que sufrió España en 2004, los que hacían listas de objetivos para asesinar ahora aparecen en listas para ser votados.

Gracias al cambio que sufrió España en 2004, los que hacían listas de objetivos para asesinar ahora aparecen en listas para ser votados.
Arnaldo Otegi con los candidatos de Navarra y Pamplona. | EFE

Que tras la matanza de marzo de 2004 todo apuntara a ETA y, poco después, todo pareciera desmentirlo fue el mejor golpe de suerte de la banda terrorista en toda su historia. Primero porque se conseguía el objetivo de poner al Gobierno del PP en el altar de la mentira: dijeron que era ETA porque un atentado de la banda vasca le daría votos, pero uno yihadista, sostenían los analistas, sería un terrible escarmiento, algo como merecido por haber participado en la logística de la guerra de Irak contra el sátrapa Sadam Husein. Pero además, la banda, exculpada por los medios y los políticos, quedaba casi como víctima y en manos de un gobierno tan favorable, el del PSOE de Zapatero, que la llevó hasta el mismísimo poder. Lo llamaron paz.

Se llegó a decir que el gobierno del PP podría tener más o menos preparada una operación antiterrorista para vísperas de las elecciones, una especie de puesta en escena con etarras ya localizados y algún alijo de explosivo a mano. Vamos, que el Gobierno de Aznar tenía atrezo etarra para sacar pecho antes de ir a las urnas y alguien les reventó el teatro con una matanza sin precedentes.

Tampoco faltó quien dijo que aquella masacre era mucho para ETA, como si se hubieran regido alguna vez por un listón de crueldad que no deberían traspasar… como si no hubieran muerto niños asesinados por la banda. Hasta ETA se asustó del 11-M, quisieron hacernos creer. Qué majos. Otegi, el portavoz de los que ponían las bombas, salió a desmentir (demasiado) antes que nadie y dijo:

"…las acciones indiscriminadas contra la población civil y contra los trabajadores que acuden a sus centros de trabajo son absoluta y contundentemente rechazadas por la izquierda abertzale".

Hipercor fue un temblor de tierra, claro. Y los concejales, guardias civiles, policías o militares que "acuden a sus centros de trabajo" no son trabajadores, por supuesto. Porque para ETA, como para Podemos, socios de Sánchez todos, sólo son trabajadores los que les voten a ciegas, con el aullido de la sirena de la fábrica, el orgulloso y dócil proletariado. El resto, además de no ser trabajadores, merecen morir o dan menos pena si caen. Pero hasta en su exculpación, ETA, Otegi, dejaban claro que el terrorismo tiene su función y, siempre, una justificación plausible. La razón del 11-M, según dijo Otegi el mismo día 11 estaba clara:

"El Estado español mantiene fuerzas de ocupación en Irak y no hay que olvidar que ha tenido una responsabilidad".

¿Terroristas? De ninguna manera: "…a mí me da que pensar que haya podido ser un operativo de sectores de la resistencia árabe". Le faltó hacer la crítica técnica del atentado.

Aquel ataque terrorista milimétricamente coordinado antes, durante y después de las explosiones, cambió para siempre la historia de España además de llevarse por delante a tantas personas y dejar cientos de familias en escombros. Dos décadas después no ha aparecido el autor intelectual, ni se admite que todos los culpables sean los muertos, ni se sabe cuál fue el arma homicida. Perdón por decir esto tantas veces —he perdido la cuenta— pero es que esta es la maldita razón por la que hoy tenemos a 44 etarras en listas electorales, siete de los cuales asesinaron a personas.

Cuando no hay culpables, se alcanzan las metas del crimen. O se repite la historia hasta alcanzarlas. ETA no ha dado el salto a la democracia. ETA ha matado para mandar.

No es una cuestión de campaña, ni se trata de medir quién se suma a qué medida o quién ha sido el primero. Pero hay que hacer todo lo posible para que no se rían en nuestra cara y, sobre todo, en la de las víctimas. Dignidad y Justicia —no cabe mejor nombre— ha presentado un escrito en el que solicita a la Fiscalía de la Audiencia Nacional que proceda:

"…a la práctica de todas las diligencias que fueren necesarias y con la máxima diligencia, dado que están concurriendo a las elecciones municipales y autonómicas en el País Vasco sujetos que han sido condenados por delitos de terrorismo".

Ya sabemos lo que pasa cuando pensamos en una fiscalía y en Sánchez, es como el siervo y su señor con perdón para los fiscales hartos del vasallaje. Pero es que además, lo que pide la asociación de Daniel Portero no es una quimera, es de cajón. Nos asiste la ley de forma explícita, sin atajos. La vigente Ley de Partidos Políticos (6/2002 de 27 de junio) está repleta de alusiones que resultan determinantes para el caso que nos aqueja. En su punto 3c del artículo 9 es ya palmario al dejar claro que un partido debe ser declarado ilegal si incurre en:

Incluir regularmente en sus órganos directivos o en sus listas electorales personas condenadas por delitos de terrorismo que no hayan rechazado públicamente los fines y los medios terroristas, o mantener un amplio número de sus afiliados doble afiliación a organizaciones o entidades vinculadas a un grupo terrorista o violento, salvo que hayan adoptado medidas disciplinarias contra éstos conducentes a su expulsión

La decencia de Sánchez y los 44

Si Gobierno, Abogacía del Estado y Fiscalía quieren violar la ley, lo harán, como en tantas ocasiones. Pero hay que intentarlo absolutamente todo o estaremos, por mucha campaña electoral que finjamos, en una presunta democracia en trámite de desaparición.

Desde una rotonda en Estados Unidos, donde siempre cosecha desprecio y ridículos, el figurín ha dicho a trompicones y visiblemente nervioso que su gobierno es "claro e inequívoco contra el terrorismo" y que "ETA desapareció hace 12 años", un poquito después de Franco. Y después de fracasar en el intento de juntar tres frases con sentido llegó a la conclusión con el asunto de los asesinos en listas electorales.

"Se podrá decir si es legal, que es legal, pero desde luego no es decente y merece el mayor de los reproches".

En un lamentable debate electoral, en el año 2015, un Sánchez sin canas ni bótox espetó a Mariano Rajoy: "Un presidente del Gobierno tiene que ser una persona decente y usted no lo es". Ha llovido desde entonces pero parece que las frases de Sánchez son como bumeranes. Los 44 condenados ya parece que ponen en apuros a los melindres socialistas que viven en el poder gracias, entre otros, a etarras metidos a político. Otra piedra en el zapato electoral, con lo que hay que andar en campaña…

Gracias al cambio que sufrió España en 2004, los que hacían listas de objetivos para asesinar ahora aparecen en listas para ser votados. Primero obligaron a un presidente a llamar "accidentes" a los asesinatos. Luego llevaron salvoconductos de Interior y móviles anotados por si los detenían sin avisar. Y después recibieron el bastón de mando, quizá del pueblo en el que mataron. Para algunos, esto es bueno.

Encontrar el origen de los males es fundamental para evitarlo y, en ocasiones, para erradicarlos. El 11-M nos trajo a estos 44 y todo lo demás. Les acompañaba, siempre, el PSOE.

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