En el nuevo y reciente, y ya superventas, libro de Federico Jiménez Losantos, El retorno de la derecha, se cuentan muchas cosas. Pero tanto al principio como al final del libro se insertan un par de reflexiones. La primera, en la dedicatoria. "A los millones de votantes de la Derecha que cambiaron de partido para no cambiar de principios". En la segunda, el epílogo, "Entre la esperanza y la desesperación", resume el autor:
"Puede decirse, en fin, que en el momento de mayor peligro de Sánchez y su Gobierno, la oposición estaba más interesada en contar sus votos que en desmontar un legado incompatible con la supervivencia del régimen constitucional y la propia nación española. La base social de la derecha nunca ha perdido la esperanza de encontrar su partido. Por desgracia, los políticos de todos esos partidos se las han arreglado siempre para convertir la esperanza en desesperación. Hic est".
El título del libro, sin embargo, parece dar por supuesto el retorno de la derecha, con mayoría "natural" globalmente considerada, al gobierno de España, al gobierno de muchas Comunidades y de bastantes Ayuntamientos. Pero esta derecha, entonces unida bajo las siglas del PP, logró la victoria electoral más importante de su historia en la democracia en 2011. Recuerden. 186 escaños en el Congreso; 136 senadores (sobre 208); salvo en Andalucía, Cataluña y País Vasco, en todas las Comunidades restantes gobernaba el PP o sus socios o derivados así como en la gran mayoría de las capitales de provincia.
Era el triunfo de la "mayoría natural", un mito definido por su inventor, Manuel Fraga, como "una ilusión, una invitación a la solidaridad, a la cooperación, a una eficaz inteligencia, para llegar, por diversos caminos, si hace falta, a un objetivo común, y con mil arroyos formar un gran río ciudadano" y añado yo que compuesta sociológicamente por defensores de la familia como núcleo vital complejo, de la propiedad, de la verdad, del trabajo, de la igualdad de oportunidades real de personas y regiones, de las libertades y de la democracia liberal.
Frente a ellos, las minorías disipadoras de la nación y de la convivencia, terroristas y separatistas y no pocos socialistas y comunistas, que nunca creyeron en la democracia ni en sus valores podían ser contenidos por esa mayoría. Pero Rajoy, y ello lo trata Federico en un libro anterior, no sólo dilapidó el mayor capital político logrado por esa mayoría natural sino que la partió en tres: Ciudadanos, PP y Vox.
Si en Zapatero ya se adivinaban las maneras de una izquierda disolvente de la nación y de la Constitución, Pedro Sánchez la ha desarrollado, como preveía el propio PSOE de Susana Díaz y los barones que lo intentaron liquidar en 2015, hasta la monstruosidad porque está en manos de muchos por sus arbitrariedades, locuras y cesiones de soberanía.
Por eso, ya no es el momento de hablar de la mayoría natural, exista o no tal ocurrencia que trataba de unir los votos democráticos de la derecha de UCD y AP al comienzo de la transición. Se trata de que se vaya preparando el terreno municipal y autonómico para que a final de año haya un gobierno de mayoría nacional porque lo que está en juego no es, meramente, una visión de partido, de intereses de grupos, de valores políticos y morales. No. Está en juego la supervivencia de la nación misma y de la Constitución. Los últimos desafíos descarados de la ETA encapuchada bajo Bildu, de los sediciosos catalanes indultados y de los extravagantes pero dañinos podemitas han dejado estupefacto incluso a los más moderados.
El agua, la energía, la administración pública, la independencia judicial, la solidaridad sanitaria, la inmigración, la desmemoria histórica, la derogación de leyes que erosionan la vida común y tantas otras cosas, exigen un gobierno de mayoría nacional. Dice Pablo Iglesias que se está cociendo un "golpe de estado" de las derechas a partir de la madrileñización de la vida política. La batasunización y el gobierno de los sediciosos y corruptos no le preocupan porque él está en esos ajos. Ojalá se diera un porrazo, no de estado, sino democrático y constitucional para devolver la esperanza a tantos españoles cansados de esperar. Esto es, ojalá un gobierno fuerte y con una mayoría clara pueda orientar un proyecto nacional de regeneración como el propuesto durante la Transición.
Sí, a bastantes nos gustaría que hubiera un PSOE nacional y democrático de convicción —por tanto no marxista en absoluto—, en esta tarea que nunca debió abandonarse, pero no es así. Ni existe ni ha existido tal PSOE. Habría que crear un partido nuevo. Pero nadie se atreve a hacerlo. Por tanto, hasta entonces, sólo hay dos opciones tras la extinción de Ciudadanos. PP, que ojalá se vaya pareciendo más y más al PP de Madrid, y Vox, que no parece consciente de su papel. Lo suyo sería que el PP pusilánime fuera condicionado por un Vox más coherente. Pero, claro, aquí todos van a lo suyo, lamentablemente.
Sí, la base social de la derecha y de una buena porción de españoles que se dicen de izquierdas pero que están horrorizados por el sanchismo y sus monstruos, deben ir componiendo desde el próximo domingo día 28 de mayo la mayoría nacional necesaria para corregir el rumbo suicida de España y reducir a la mínima expresión el poder de las minorías disolventes.