
Demasiada gente finge haber leído La Riqueza de las Naciones y creo que va siendo hora de reivindicar la importancia de fingir que hemos leído La teoría de los sentimientos morales. Hoy cumple trescientos años Adam Smith y ni siquiera en eso logró ponernos de acuerdo. Hay quien sitúa su nacimiento en el 5 de junio, por tener algo que discutir. Yo me inclino por el 16 de junio. Asombra la pervivencia no solo de sus ideas económicas sino de toda su filosofía moral. No es que las 1400 páginas de la suma de sus dos grandes obras no sean objetables hoy, sino que la realidad se ha empeñado con ahínco en dar la razón al pensador escocés, con independencia del devenir de las batallas teóricas. El mejor antídoto contra la mayoría de los males de una nación sigue siendo la prosperidad que nace de una libertad no exenta de responsabilidad, del individualismo no exento de empatía. La libertad sin responsabilidad, el individualismo sin empatía, ya lo conocemos y se llama Pedro Sánchez. No querrías vivir en una sociedad formada por millones como él. Y no habría impuesto para pagar tanto Falcon.
El conservadurismo se compone de varias corrientes. Edmund Burke recorrió una ruta teórica distinta para llegar al mismo lugar que Adam Smith, quizá por eso están de acuerdo incluso en las diferencias. Dinamitar el mercantilismo, mejorar la vida de cada hombre, construir la sociedad desde la virtud y la excelencia, firmar un pacto con la prosperidad, confiar en la capacidad del individuo para tomar mejor sus decisiones que cualquier institución, el lenguaje del intercambio, comprender la ética de la sympathy, saber escuchar la voz interior del "espectador imparcial".
Son tantas las lecciones certeras y propósitos brillantes que se descuelgan del pensamiento del autor de La riqueza de las naciones que resulta increíble que tenga tan pocos seguidores entre los políticos occidentales, que son más de aprender economía leyendo a Marie Kondo, y la ética con Paulo Coelho, que es algo así como aprenderse los Diez Mandamientos mientras fumas marihuana.
Entre fiesta de la democracia y fiesta de la democracia, hay algo que escribió Adam Smith que deberían grabarse a fuego nuestros políticos, también los de derechas, siempre temerosos a la hora de reducir el Estado: "Las grandes naciones nunca se empobrecen por la prodigalidad o la conducta errónea de algunos de sus individuos, pero sí caen en esa situación debido a la prodigalidad y a la disipación de los gobiernos". Trato de ponerme en el lugar de aquellos cargos que se entregan a la inacción por temores infundados y no soy capaz. Siguiendo al economista escocés, supongo que rechazo ese sentimiento o, dicho en cristiano: mi espectador imparcial externo está vomitando al imaginar la situación.
Se trata de lo que Smith llama simpatía y nosotros hoy conocemos como empatía. Los humanos somos empáticos, hasta el punto de que podemos meternos en la piel de otros y sentir lo que están sintiendo, incluso aunque se trate de gente que no amamos en absoluto: piensa por ejemplo en el inspector de Hacienda que se acaba de pillar un huevo con la puerta del ascensor de tu casa. No olvidamos nuestra hostilidad hacia él, pero en principio tampoco le deseamos que pierda un huevo.
Esa capacidad de comprehender al otro, al igual que la de negociar, es típicamente humana. Los animales no pueden hacerlo, excepto en las películas de Disney, donde todo es posible menos la verdad: hasta el hada Campanilla se ha vuelto negra. Es célebre la cita de La riqueza de las naciones: "Nadie ha visto nunca a un perro hacer un intercambio justo y deliberado de un hueso por otro con otro perro. Nadie ha visto a un animal que, con gestos y sonidos naturales, indique a otro: esto es mío y esto es tuyo; estoy dispuesto a darte esto a cambio de eso", si exceptuamos a los socialistas en Ramsés.
Tal vez por estar creados a imagen y semejanza de Dios, la naturaleza humana es un descubrimiento constante: todo en nosotros tiene una razón. "Las agradables pasiones del amor y la alegría pueden satisfacer y sostener el corazón sin ningún placer auxiliar", escribe el autor escocés, "las emociones amargas y dolorosas del dolor y el resentimiento requieren con mayor fuerza el consuelo curativo de la simpatía". Y es así: necesitamos ayuda cuando estamos enfermos, cuando hemos perdido la capacidad de afrontar la vida con esperanza, cuando nuestra mala salud –sea física o mental- nos empuja a zonas peligrosas. Es mucho más difícil morir de alegría; en cambio, en tristeza y soledad se han marchado demasiados.
El 300 cumpleaños de Adam Smith debería ser una invitación a reclamar con más insistencia nuestros espacios de libertad, en un tiempo en el que está en claro retroceso. El viejo economista fue claro al respecto en su Teoría de los sentimientos morales: necesitamos ser libres para cuidar de nosotros lo mejor posible, necesitamos la imaginación para ponernos en la piel de los demás y cuidar de ellos, y –añado- necesitamos la Riqueza de las naciones para poder pagarnos una buena mariscada bien regada y celebrar lo mucho que mejoramos todos cuando nos dejan vivir en paz y libertad.