
Con el hipócrita revuelo, otro más, que se ha armado, ya nadie sabe con certeza qué es lo que dijo el Obispo de Roma Bergoglio a puerta cerrada a la Conferencia Episcopal italiana el pasado día 20 de mayo, hace ya ¡8 días! La versión difundida, a pesar del trato exquisito de guante de seda utilizado por las agencias españolas, ha sido realmente la de los diarios italianos la Repubblica y Corriere della Sera.
Según estos medios, el Papa dijo que "ya había mucha mariconería" en los seminarios para argumentar que no se admitan en ellos a homosexuales. Francisco habría usado la palabra, despectiva en italiano, frocciagine (mariconería) durante la reunión. Hay medios españoles como La Vanguardia ex española que piadosamente se hacen eco de la versión de que "era evidente que no era consciente de lo ofensiva que resulta esa palabra". Claro, claro.
Hombre, con seguridad uno no sabe casi nada, pero si un Papa, que está rodeado por asesores italianos de alto nivel y que, por si fuera poco es hijo de un padre italiano (Portacomaro, Asti) y de madre hija de padres italianos de Piamonte y Génova, pronuncia la palabra frocciagine (mariconería, maricona o maricón, véanse los traductores automáticos de la web o diccionarios más sesudos) –y ya se ha reconocido que la prensa italiana no mintió—, es casi seguro que sabía lo que significaba y debería haber previsto la que se iba a liar. ¿Podría pasar desapercibida la posible escandalera por una Institución que ha sufrido mil y un ataques por abusos sexuales?
Estoy seguro, esta vez sí, de que no, y estoy seguro de que un tipo como Bergoglio no improvisa con las cosas de comer porque sabe que cuando un Papa habla puede subir el pan, la luz, la altura de las mareas y de las puertas del cielo. Dijo lo que dijo y cabe, analizando en español, que usara el sentido más común de la palabra que es "mariconeo" como acción de mariconear o de actuar como maricones. Véase el María Moliner, por ejemplo.
O sea, que, traduciendo a román, que no a romano, paladino, Bergoglio quiso decirle, coloquialmente si se quiere, a sus pares italianos que sólo faltaba, sabiendo lo que se sabe del mariconeo existente en los seminarios, que se permitiera la entrada a sus aulas de homosexuales declarados para ser acusados formalmente de favorecer el mariconeo dentro y fuera, ahora y en el futuro. Nada nuevo.
Lo que ha sorprendido a propios y a extraños es que un Papa que se ha mostrado comprensivo con todas las condiciones humanas impulsadas en este tiempo, incluso las más estrambóticas (memento para Yolanda Díaz o la exministra y embajadora Celaá, peineta, mantilla y los hijos pertenecen al Estado bienhechor de sus derechos, que no a los padres), haya vuelto a la incorrección castizo-política del mariconeo.
También lo pareció con la democracia y el superfeminismo, que hizo abrigar la expectativa de reformas de la organización eclesial, de las ordenaciones sacerdotales de mujeres y de la neutralidad sexual total en el seno de la Iglesia, lobbies aparte. Pero no. Ahora va y pronuncia la palabra mágica frocciagine, no en la intimidad sino en un acto oficial a puerta cerrada, los actos preferidos por los periodistas sagaces.
Me inclino a pensar que el Papa, que es argentino y conoce de suyo el español, se haya referido al "mariconeo" en su segunda acepción castellana, que es la "perder el tiempo haciendo tonterías" que dejan de lado lo actualmente esencial. Me explico. Si los europeos, que están en jornadas preelectorales, se enredan en mariconerías ideopáticas y sectariconas sobre la presencia de mariconeos en los seminarios, ¿quién va a detenerse a reflexionar sobre el reconocimiento de la Iglesia al Estado de Israel, que fue a finales en 1993, más de dos décadas antes de su anuncio de la aceptación de dos Estados, dos, para la región en conflicto?
Y lo que en clave nacional e internacional es más jugoso. ¿Quién va a pensar en las estupideces políticas y diplomáticas de los gobiernos de España, Irlanda y Noruega, si es que todos ellos siguen al español en su "decisión" de organizarle un Estado a los palestinos como si Hamás no existiera, con Gaza y Cisjordania conectadas por un corredor (como si el terrorismo no matara), con Jerusalén Este como capital y con respeto inicial a las fronteras existentes de 1967, como si la Guerra de los Seis Días, que ganó Israel, tampoco hubiera existido?
No sólo en los seminarios existen las mariconerías, ese bailar con bobos para que lo importante no se vea. También en los organismos de esta Europa decadente y absurda, se hacen y se consienten mariconeos. Ahí ven a Pedro Biden Sánchez definiendo fronteras, fijando tiempos, urgiendo acuerdos y organizando la Ciudad Santa a palestinos, judíos, musulmanes y cristianos, entre otros. ¡Cuánto manda este tío! Tirita, Joe. Tiembla, Benjamín. Palpita, Úrsula. Aclama, blanqueado, Hamás.
(Respecto a la otra, a la sexual, 62 Estados miembros de la ONU, muy destacadamente muchos musulmanes, tienen actualmente leyes que condenan la homosexualidad, la franja de Gaza entre ellos. Vaya, vaya).
En España, desde Góngora cuando menos, se ha sabido y aceptado más o menos que la hermana Marica, en días, o no, de fiesta, con otras hermanas, a veces panaderas, hacían sus bellaquerías detrás de la puerta. Alguien tendría que haberle soplado al Pontífice que lo de "bellaquería" es más sutil y pícaro que mariconeo, pero ya es tarde.