
Gracias al ministro Óscar López he acusado recibo de que secuestrar a niños extranjeros con el propósito de mantenerlos alejados de sus familias durante años constituye a ojos de los captores una prerrogativa amparada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Así, López acaba de esperar que esos supuestos niños magrebíes que el Gobierno rehúsa devolver a los titulares legales y legítimos de su patria potestad, prefiriendo en su lugar esparcirlos por las Comunidades Autónomas, es un asunto de derechos humanos. Aunque se trata de un derecho humano, ese de convertir a los teóricos menores en víctimas de un rapto llevado a cabo por el propio Gobierno, en extremo restrictivo. Toda vez que únicamente los africanos gozan plenamente de él.
Pues, al menos yo, no tengo conocimiento de que el Ejecutivo español también retenga durante años en dependencias estatales a menores de nacionalidad europea, haciendo igualmente renuncia deliberada a comunicárselo por algún conducto oficial a sus padres o tutores. Por ejemplo, los niños ucranianos que España acoge no porque hayan escapado de sus casas en un país donde no ocurre ninguna tragedia particular, sino porque han huido de una guerra cruel y sanguinaria entre dos ejércitos armados hasta los dientes, permanecen entre nosotros —siempre de modo transitorio— con la autorización expresa de sus mayores.
Porque, a diferencia de lo que ocurre con los menas de Canarias, Óscar López no ha secuestrado a ningún niño ucraniano. De ahí que establecer una analogía mimética entre ambos casos, como con manifiesta mala fe acaba de hacer el ministro para tildar de racistas a sus críticos, no sea de recibo. Para empezar, porque los niños ucranianos resultan ser justamente eso, niños; niños de verdad, no niños de pelo en pecho y cuento chino para saltarse primero la valla de Melilla y, después, la Ley de Extranjería. A niños y mayores ucranianos se les acoge sin polémica entre nosotros no por discriminación étnica alguna sino por la muy sencilla razón de que accedieron a territorio español cumpliendo en todo momento nuestras leyes nacionales con exquisito respeto. Sí, es así de simple, López.