
La vigente legislatura, que es la no sé cuántos de la democracia, ha entrado oficialmente en eso que los aficionados al baloncesto llaman "los minutos de la basura". Ocurrió en el muy preciso instante en que Santos le dio tímidamente con la manita en la espalda al presidente y el otro se hizo el despistado para, acto seguido, clavarle una mirada asesina al difunto cuando ya había pasado de largo camino de su escaño Porque esto, señores, se ha acabado. Ahora solo queda la penitencia previa a la agonía final, un periodo de constante goteo de indicios probatorios en las portadas de los periódicos que acaso se alargue durante unos cuantos meses. Hasta que, cautivo y desarmado el ejército sanchista, se nos anuncie en Ferraz el nombre del próximo candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno.
Alguien de quien lo único que ahora mismo se puede asegurar con certeza es que no se llamará Pedro Sánchez Castejón. Porque de esta no sale vivo. Y no va a salir vivo porque resulta inverosímil que tres choricetes de cuarta regional, tres puteros de club de carretera a los que un día les tocó el bingo en las primarias del PSOE, se estuvieran moviendo por los despachos del Ibex para pasar el cazo a cambio de obra pública, pero sin que el desfile estuviera vinculado a la financiación del partido. El cuento de los emprendedores que trabajan por libre, simplemente, no resulta creíble.
Por cierto, un elemento que resta credibilidad a la coartada oficial es el monto mísero de las comisiones embolsadas. Todo el mundo en España, hasta los escolares, sabe cuáles son los rangos en los que se mueven las tarifas oficiales de la Tangentópolis Ibérica. El mínimo es un 3%, lo que bien podríamos llamar el suelo catalán. Y de ahí para arriba. Pero lo que se han llevado resulta ser mucho menos que ese 3%. Parece obvio que estaban sisando dinero al partido. Y se sabrá. Porque aquí, pronto o tarde, siempre se acaba sabiendo todo. Sánchez está acabado. Y los suyos lo saben.