
Las penetrantes preguntas de Rodríguez Braun sobre Keynes, Popper, la complejidad y las limitaciones a la predicción de las ciencias sociales, la escuela austriaca o la relación entre mercado y democracia van extrayendo, para mi dicha, el bendito jugo intelectual del vienés, “una persona corpulenta, aunque de paso vacilante”, con “el pelo cano y la sonrisa generosa”.
Son apenas once páginas donde cada línea importa. Tengo que volver a comprobar la fecha, incrédulo, cuando Hayek apoya la imposibilidad de realizar predicciones específicas en la teoría de la complejidad y en la biología. Me descubro con una amplia sonrisa al leer algo que me compensa por todo el escepticismo encontrado cada vez que he sostenido, en un aula o por escrito, la relación directa entre Adam Smith y ciertas aportaciones contemporáneas al conocimiento: “Eso que Adam Smith llamó la mano invisible ha dado lugar a toda una serie de nuevas disciplinas –cibernética, teoría de sistemas, etc.– y todas tienen un nuevo enfoque, que parte de que no es posible conocer todas las causas determinantes. Se llega en todos los casos a poder predecir sólo ciertos perfiles, el desarrollo de ciertas estructuras, pero nada más.”

El gran crítico de la ingeniería social estaba escribiendo La fatal arrogancia cuando la entrevista tuvo lugar. La comunidad científica empezaría a saber del profundo cambio de esquemas en la biología –tal como Hayek apuntaba– y en otras ciencias duras, a partir de la publicación, en 1987, de Caos, de James Gleick. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento… de alumnos y asistentes a seminarios de management estratégico, yo trataba de transmitir una visión de los sistemas sociales –primando obviamente las organizaciones empresa– basada en la idea de complejidad.
Cansado de los insatisfactorios enfoques psicologicistas en el campo de la gestión, que acababan siempre en un lánguido voluntarismo o, lo que es peor, en cuentos de hadas o de ratoncitos para ejecutivos, me empeñé en reclamar que se cimentaran los nuevos modelos que necesitaba la gestión del siglo XXI con las mismas ideas que estaban provocando –en términos de Kuhn– un cambio de paradigma en las ciencias. La teoría de la complejidad estaba penetrando las ciencias duras; por supuesto la metodología, y también algunas aplicaciones prácticas. Su ejemplo me parecía más serio y riguroso que el de los psicólogos industriales, psiquiatras, directores de orquesta o entrenadores de fútbol que llenaban los anaqueles de las librerías con obras de dudosa utilidad.

El segundo obstáculo a vencer era de más enjundia, aunque se impuso un criterio de utilidad y, sobre todo, unas ganas invencibles de ofrecer una visión del management estratégico –y en especial del cambio organizacional– en las antípodas de Quién se ha llevado mi queso: yo sabía en el fondo que el origen de la inclusión de lo complejo en el pensamiento y en las ciencias sociales era mucho más antiguo que las relativamente recientes teorías de sistemas complejos o teoría del caos. La patente la ostentaba nada menos que el padre del liberalismo. Por eso los liberales ya contábamos, explícita o implícitamente, con una visión y con un acervo que nos hacía rechazar de plano, con repugnancia intelectual y no sólo moral, la ingeniería social.
Seguramente la idea aparece también en otros lugares dentro de la gran obra de los austriacos, pero aquella simple frase de Hayek en 1986 afirmando la relación directa entre la mano invisible de Adam Smith y las nuevas disciplinas me ha alegrado el día. Ahora que ya no me dedico al management teórico.