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Amando de Miguel

La sociedad como espectáculo

La antigua fórmula española de "pan y toros" se ha trocado en "comida rápida y fútbol". Todos contentos.

Nos hemos acostumbrado al placer de contemplar a los animales en los zoológicos, acuarios y reportajes de la tele como si fueran figurantes y nosotros espectadores. Pero nosotros mismos, los monos locuaces, componemos un abigarrado espectáculo continuo ante otros semejantes. Ya se sabe, la comedia humana, el gran espectáculo del mundo.

De modo muy especial,todo lo que toca la palabra cultura se resuelve muchas veces en algo que ocurre en un escenario y un decorado ante el correspondiente auditorio (ahora dicen "audiencia"). Nótese que la machacona reivindicación del IVA cultural consiste fundamentalmente en que empresarios del cine y otras artes escénicas paguen menos impuestos. Además, obtienen pingües subvenciones públicas. No es por la peseta, es para demostrar que son un grupo de presión eficiente. Es como si fueran todos vascos o navarros ante el Fisco. No se entiende por qué, por ejemplo, los artesanos que hacen cacharros de barro en mi pueblo de nación no gozan del IVA cultural. Da la impresión de que los pobres pintores o escritores no pertenecen al mundo de la cultura.

El mayor espectáculo del mundo es el fútbol, tanto el europeo como el norteamericano. Ya lo inventaron los antiguos romanos. La cosa es tener entretenido al pueblo para que no proteste demasiado. La antigua fórmula española de "pan y toros" se ha trocado en "comida rápida y fútbol". Todos contentos. Son dos instituciones que embelesan.

La misma actividad política se ha convertido en un grandioso espectáculo gracias a la tele y otros medios. Nunca se ve a los políticos trabajando en sus despachos. Incluso cuando se reúnen, aparecen en la mesa sin muchos papeles y otros materiales. Está claro que se trata solo de ser vistos. En su lugar, aparecen casi siempre en un primer plano delante de las cámaras de la tele. De ese modo los líderes de los partidos se convierten en verdaderas estrellas del firmamento de los medios, casi como los futbolistas de tronío. Todos ellos ya no son propiamente personas sino personajes. Sin querer, los relacionamos con la farándula.

Del gremio de los políticos, los que se destacan son los portavoces, que más bien tendrían que llamarse portaimágenes. Son ellos mismos la cara visible del partido u organización correspondiente. No resultan tan convincentes como ellos pretenden, pues son más bien actores que recitan el papel que les mandan.

La técnica del espectáculo llega a su cenit cuando el personaje en cuestión posa delante del fotocol, ese telón de fondo con muchas marcas comerciales o institucionales. Interesa más su imagen que su parlamento. Debe sonreír todo lo que permiten las circunstancias. No se sabe muy bien por qué aparece tan contento.

En el trajín político no interesan tanto las acciones como las actuaciones; es decir, lo que se hace para que lo contemple el público. Los arquitectos utilizan mucho ese término de actuaciones con la misma intención de que sus obras sean contempladas con agrado o curiosidad. La cosa es llamar la atención.

Al final, todos los contribuyentes (ahora dicen "ciudadanos y ciudadanas") formamos parte del espectáculo general, al tiempo de ser espectadores. El precio de la entrada son los impuestos. Con la salvedad de que en este caso no hay "día del espectador". Las entradas son cada vez más caras.

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