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Antonio Robles

SCC y el catalanismo

El nacionalismo está dividido, pero al constitucionalismo lo están desanimando con posiciones políticas como las de SCC

No hay nada que desamine más a quienes se han ido sumando al constitucionalismo contra el nacionalismo, que la traición de las organizaciones con las que colaboran. Sea real o no. Eso no importa, si así se percibe. Y las declaraciones del nuevo presidente de SCC, Fernando Sánchez Costa, tienen esa capacidad disolvente cuando afirma que no podemos decirle a dos millones de personas que el procés independentista no les sirvió para nada; para a continuación, pretender seducirles de nuevo tendiéndoles la mano con nuevas concesiones. Pura ingenuidad, al catalanismo no se le seduce, es un delirio colectivo desconectado de razones y hechos. O lo neutralizas, o te infecta.

El nacionalismo está dividido, pero al constitucionalismo lo están desanimando con posiciones políticas como las de SCC. Simultáneamente a esta conversión de SCC a un catalanismo comprensivo con los dos millones de marras, acaba de nacer Lliga Democràtica, cuyo ideario es reivindicar un catalanismo de centro derecha no independentista. Supongo que es pura coincidencia, a pesar de que su secretario general, Josep Ramon Bosch, el presidente que lo precedió, ya levantó polvaredas hace unos meses al declararse partidario de la inmersión lingüística y asegurar que "si hay un arrepentimiento sincero, entiendo que el Estado debería ser generoso" con los golpistas.

Miren, yo no dudo de sus buenas intenciones. Ni de su estrategia para dejar en minoría al independentismo. Dejémoslo ahí. Pero de lo que no tengo duda alguna es de lo que es el catalanismo y a quién sirve. Como tampoco tengo duda alguna de que las organizaciones constitucionalistas deben tener carácter y personalidad para crear su propio relato. Y éste empieza por rechazar el supremacismo catalanista que nos ha traído hasta aquí desde hace más de cien años. No es cuestión de hacer más soportable la vida de los esclavos, sino de acabar con la esclavitud.

Empiecen por escanear de qué estamos hablando. El árbol de la reivindicación nacional de Cataluña nace del catalanismo. Son sus raíces; el nacionalismo, el tronco y el independentismo, las ramas y los frutos. Forma parte de un proceso, al modo y manera como Aristóteles explica el paso del ser en potencia, al ser en acto. Detrás de él se ha escondido el PSC, con él nos convirtió en discapacitados lingüísticos Pujol, y de su poder ha vivido la derecha catalana desde la transición. Despojada ahora del presupuesto, y con el procés en prisión, dan un paso atrás para seguir viviendo del cuento. O sea, del relato de pueblo oprimido. Una manera de seguir monopolizando el poder y excluir al resto.

El catalanismo es una especie de agujero negro de la identidad que lo atrapa todo. Es como una neblina transparente que conforma una manera de sentir, de percibir y de actuar fuera de la cual sólo hay vacío. Una especie de impuesto, un arancel, una deuda permanente a la que hay que guardar pleitesía sin saber por qué, de dónde proviene su poder, y a quién sirve realmente. Y sin embargo se plantee que quizás el problema sea su existencia.

Si algo es axiomático en los Estados de Derecho que nos han hecho libres e iguales ante la ley en las sociedades modernas, es el espíritu que alimentaron las revoluciones inglesa, americana y francesa al poner la voluntad de los ciudadanos por encima de privilegios, derechos históricos, identidades y demás supersticiones clasistas previas a tal voluntad.

El catalanismo las niega, es una antigualla, y su presencia, puro caciquismo. Tomar conciencia de ello, es el primer paso para salir del laberinto. Seguir en su marco mental, además de no haber entendido nada, es seguir alimentando al monstruo. O al revés, seguir en él, a lo peor, es haber entendido todo. Y por eso vuelven a él.

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