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EDITORIAL

El desastre andaluz

Tremendo panorama el de Andalucía: la región más azotada por la crisis y el paro padece una clase política que sólo mueve a la indignación o la desesperanza.

La impresentable cacicada de IU dando pisos a cambio de la comisión de atentados contra la propiedad privada ha puesto de relieve las dificultades de un pacto de gobierno que parecía ir como una seda entre dos partidos –el PSOE y la coalición comunista– con casi idéntico interés por mantener el poder y tapar la corrupción.

La franquicia andaluza de IU está demostrando que la formación de Cayo Lara no sólo no se modera cuando accede al poder, sino que usa los recursos públicos más allá de ley para favorecer su programa radical y demagógico.

Como sus socios en otros países de Europa o como otros partidos populistas de ideología aparentemente opuesta, los comunistas españoles están tratando de aprovechar la crisis para magnificar sus consecuencias sociales y crear una falsa sensación de hecatombe. Un desastre que haría necesario un cambio de rumbo tan extraordinario como para llevarnos fuera del único sistema capaz de ofrecer un mínimo de bienestar a casi todas las capas de la sociedad: el capitalista.

Mientras tanto, el partido que comparte el poder andaluz con los comunistas se debate entre dos fuerzas igualmente destructoras: un vacío ideológico que sólo es posible llenar con apelaciones sentimentaloides y descalificaciones genéricas y sus propios problemas con una corrupción que, tras décadas en el poder, no es una cuestión de personas o entidades que se hayan corrompido sino el engranaje esencial del sistema.

Así, agobiado por sus problemas judiciales tanto como por su falta de programa, el PSOE de Susana Díaz se ve sometido a la presión de una IU que sí tiene sus –malas– ideas muy claras. Además, su ciego sectarismo le impide darse cuenta de que la solución a los problemas de Andalucía no pasa, ni mucho menos, por las ocurrencias de lumbreras como Valderas, Sánchez Gordillo o el diputado Garzón, tan poco duchos en economía como enemigos de la libertad.

Y frente a todos ellos sólo encontramos con un PP que lleva dos años mirándose al ombligo, un periodo de reflexión cuyo brillante fruto ha sido la caída en paracaídas de un Juan Manuel Moreno Bonilla que ha llegado a la política andaluza tarde -cuando Susana Díaz ya estaba asentada en la Junta- y mal: en una bochornosa designación digital, método que ya no es bien visto por absolutamente nadie en la sociedad española.

No es sorprendente, aunque sí lamentable, que en lugar de una oposición fiera a la corrupción socialista y al desvarío comunista Moreno Bonilla se presente con una oferta de pacto "para agotar la legislatura" que sólo parece reflejar su propia carencia de alternativas y, especialmente, su triste pánico a las urnas.

Tremendo panorama, pues, el de Andalucía: la región más azotada por la crisis y el paro padece una clase política que sólo mueve a la indignación o la desesperanza.

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