Menú
Eva Miquel Subías

La forma de la nada

Nos enfrentamos a un futuro inmediato casi incierto.

Asistimos absolutamente expectantes, por vez primera en mucho tiempo, a un debate de investidura en España.

Pedro Sánchez, candidato postizo al que el afán de supervivencia le ha brindado un master acelerado e intensivo en estos lares, salía a la palestra con la performance debidamente preparada y con el deber de defender un acuerdo con Ciudadanos, cuyo peaje era inevitable pagar.

Hilvanó el lunes un discurso completamente hueco. En ocasiones efectivo, pero que, al estar basado en la superposición de frases menos elaboradas que las que leemos en las galletitas de la suerte de un restaurante chino mediocre, acaba haciendo aguas. Ojo. Que también tiene su mérito esto de hablar sin decir nada, se lo dice alguien que ejerció de speech writer durante no poco tiempo.

Rajoy, al día siguiente, hizo gala de su mejor baza. El parlamentarismo británico. Irónico, sarcástico, mordaz, y que otros, al no entenderle, confundieron con despotismo, soberbia y provocación. Pero recurrió a su mejor arma, al fin y al cabo. No pretendamos que Rajoy sea ahora el hipster de la política española. Él es un tipo de derechas, centrado y de provincias. Y a eso se remite. Y bastante menos de derechas que lo que algunos puedan catalogarle o donde algunos podrían situarse. Fue más duro de lo habitual, pero creo, sinceramente, que le tenía ganas a Sánchez. Y, oigan, bien a gusto que se quedó. Y qué quieren que les diga, se merecía regodearse un rato. Luego ya, si eso, se verá cómo evoluciona todo.

Iglesias, por otro lado, nunca defrauda a su público. Nunca. Jamás. Listo, ágil, audaz y fresco como unos fuegos artificiales en una noche de verano -de no calibrar la que se vendría encima de conseguir el poder-, hace que lo demodé parezca actual. Le pone al muro de Berlin unas gafas de pasta y le remanga los jeans con una naturalidad pasmosa. Así es él. Se merendó a Sánchez y se empleó con el capote, que tampoco dudará en devolver al cuarto oscuro si hace falta.

Rivera, tan orgulloso de su pacto con los socialistas, como consciente de su utilización por aquéllos de su persona, subió al atril como si a él fueran a investir. No se movió del guión. Guiños a diestro y siniestro. Y decidió correr la maratón de NY aun a riesgo de no llegar a la meta. Solo sus virtudes pueden convertirse en sus principales defectos de no saber convivir con ellas. Y árboles más altos cayeron, no lo pierdan nunca de vista.

Hoy se me hace bola hablar de los nacionalistas. Pero hay que tener muy en cuenta que Cataluña y País Vasco están sentadas observando con sendos catalejos para saber hasta dónde pueden llegar sus exigencias. "Ya era hora que los catalanes hicierais de vascos", me repite una y otra vez un peneuvista histórico.

Obviamente, el mejor escenario para ellos es cualquiera que no pase por un gobierno del PP, aunque ambos sean más de derechas que el palo de la bandera. Pero ya saben que el sentimiento de pertenencia a una tribu pesa más que la organización de ésta. El instinto, la emoción y sobre todo, el saberse controlador de un territorio y de sus políticas, no tiene fronteras, nunca mejor dicho.

En fin. Nos enfrentamos a un futuro inmediato casi incierto. Es muy posible que Pedro Sánchez acabe perdiendo la credibilidad que le pueda quedar para acabar de echarse en brazos de Iglesias. No tiene nada que perder. Y habrá que ver si éste prefiere sacarle las entrañas o ir a elecciones. En su mano estará.

Pocas opciones veo más cercanas. Lo que sí veo es la forma cada vez más nítida que adquiere la nada. Y francamente. No me estimula lo más mínimo.

En España

    0
    comentarios