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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Demonios de andar por casa

Cuando llamó a la puerta, pensé inmediatamente en esa película de Buñuel, en la que un obispo se ofrecía como jardinero a los propietarios de una lujosa finca. No buscaba trabajo, ni el menor salario, por supuesto, era por placer, amaba las flores y las plantas, su verdadera y profunda vocación era la de jardinero, pero las vueltas que da la vida, le hicieron obispo.

No sé si este exprimer ministro siempre ha tenido una vocación de jardinero, o si los golpes que acaba de darle la política han hecho surgir en él una vocación tardía, el caso es que se pasea por la isla de Ré, ofreciéndose también como jardinero.

Le contesté que no le necesitábamos, porque la casita, alquilada para unos días de vacaciones, sólo tenía un patio y las pocas flores y matorrales que en él había no necesitaban más que ser regadas de vez en cuando. Sin embargo, para demostrarle mi apertura y tolerancia o, mejor dicho, empleando una bella palabra casi en desuso, cortesía, le hicimos entrar, para que se diera cuenta. Al verificar que así era, se puso muy triste y temí que le diera un patatús. Pero se irguió y con sonrisa irónica, nos preguntó: “¿A que no saben por qué en cada aldea de Ré hay una calle de la Génève? (Ginebra)” “¡Claro que si! Es una antigua forma encubierta de decir “calle de los calvinistas”. Estamos en tierras protestantes. Todo el mundo recuerda el sitio de La Rochelle, la capital protestante de la región. Usted también es protestante ¿no?” “De familia, de origen, pero soy...” Dudó. “Marxista-leninista”, dije, para ayudarle. “Bueno, tanto como... sí, claro, ¡Marx! Dígamos que soy... que fui, socialista”. Me miró enfadado, como un maestro ante un alumno alborotador. Luego volvió a insistir: “¿A que no saben quién es la actual esposa del actual ministro de Educación?” “¡Claro que sí! Es, bueno, era, la señorita de la F. Guapa chica, por cierto, pero su madre es una pirata. Le alquilamos una vez un cuchitril y fue un aquelarre. Debe de ser descendiente de los piratas y naufragadores que hicieron las fortunas de ésta isla, como de otras”.

“No me extraña, dijo, son de derechas”. Perdido por mil, perdido por mil quinientos, le ofrecimos si quería beber algo. No le propuse vodka, por si lo consideraba como una alusión política. Miró tristemente sus sandalias, y con voz queda, preguntó: “¿Qué piensan ustedes de mí? ¿Fui tan torpe como dicen?” “¿Qué piensa usted de las guerras de religión?”, aludí. “Tremendas, tremendas, pero eso, gracias a Dios, pasó a la Historia. Ahora, los protestantes pueden llegar a ser ministros, y hasta socialistas”. “Le estoy hablando de las guerras de religión actuales”. “Bueno, eso pasó a la Historia. Francia es un modelo de tolerancia. Al menos lo era, cuando yo...” Y se fue, cabizbajo, a ofrecerse de jardinero a casas con jardines de verdad.

Dos días después, leo en Le Figaro del martes 17, un artículo de Robert Wistrich. Como es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Hebraica de Jerusalén, algunos progres o carcas, ya que en el tema del antisemitismo coinciden, como en otros, pensarán que no es de fiar. Pues fácil sería comprobar si es cierto que en Egipto se ha realizado recientemente una serie de televisión de 30 episodios, una superproducción basada nada menos que en “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Sabido es que ese texto, redactado por la policía secreta zarista, la Ojrana, constituye una estafa embustera que pretende demostrar que los judíos están empeñados en un complot permanente para apoderarse el mundo y que, sobre todo, servía para justificar una nueva ola de antisemitismo oficial en la Rusia de finales del siglo XIX.

Hace decenios que nadie se toma en serio esos “protocolos”, salvo la televisión, el gobierno y los telespectadores egipcios y árabes. Por ahora, que yo sepa, ninguna televisión europea ha decidido difundir esa serie, el antisemitismo aquí es más hipócrita. Robert Wistrich, recordando la explosión de antisemitismo que estalló en Durban durante la “Cumbre contra el Racismo”, organizada por la ONU, nada menos, aporta un detalle que ignoraba: esa ciudad de África del Sur se vio inundada, en esa ocasión, de carteles con el retrato de Hitler y esta frase: “Si hubiera ganado la guerra, la sangre palestina no se hubiera derramado”. No era un cartel oficial de la ONU, no, eran carteles de esas humanitarias ONG subvencionadas por la ONU. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el muftí de Jerusalén, felicitándose, ¡no faltaba más!, declaró públicamente: “¡Oh Alá, destruye América porque está dirigida por los judíos sionistas! Alá pintará de negro la Casa Blanca”.

Este jueguecito con los colores me recuerda la frase de un responsable de los “Asuntos Judíos” (léase deportación) de la administración de Vichy durante la ocupación nazi de Francia: “Si los judíos fueran azules, no sería necesario imponerles la estrella amarilla. Pero, como se parecen a todo el mundo...” El entrevistador se indignó: “¿Cómo puede decir eso? ¡Cómo se van a parecer a nosotros!” “A veces, sí, desgraciadamente, por ello la estrella amarilla es necesaria, para distinguir claramente a nuestros enemigos”. Todo esto y mucho más, está en los archivos de la Radio Nacional francesa y esta entrevista fue difundida por Radio París, la radio pronazi, en la que colaboró Simone de Beauvoir.

Una de las diferencias entre el antisemitismo oriental y el occidental es precisamente la figura de Hitler y el nazismo. En Occidente, los antisemitistas —antisionistas— se aprovechan de la condena universal del nazismo para dar la vuelta dialéctica a la tortilla y declarar que los israelíes son como los nazis, o aún peor, y Sharon un Hitler, con creces. Mientras que en el antisemitismo oriental, aunque a veces se utilicen estos “argumentos” cara a Occidente, para uso interno, en la prensa, la televisión, los discursos y proclamas de los dirigentes y de los ulemas, Hitler es considerado como un gran hombre, precisamente por haber ordenado el exterminio de millones de judíos. Lo cual no les impide a los mismos, y al mismo tiempo, denunciar a los judíos por exagerar el número de muertos en los campos de exterminio nazis.

Da, desde luego, náuseas tener que insistir en estos temas tan evidentes, dale que dale, nausea da tener que repetir, por si las moscas, que, evidentemente, los judíos no son el “pueblo elegido”, que hay ladrones, cretinos, asesinos y terroristas judíos, que se puede defender la existencia y la seguridad de Israel sin estar siempre de acuerdo con la política de sus gobiernos, pero al mismo tiempo tratar a Sharon con el desprecio olímpico de un Mario Vargas Llosa, sin tener para nada en cuenta que es un jefe de Gobierno de unión nacional elegido, eso ya supera las supersticiones y los fanatismo, o más bien cae en las heces de la moda progre: Israel, sí, Sharon, no.

Pero Israel ha elegido a Sharon, y puede tumbarle mañana, porque las elecciones en Israel son verdaderas, no como en la Autoridad Palestina, Siria, Irak, Egipto, Irán, Arabia Saudí, Libia, Líbano —son sirias—, o la URSS, ayer. Pero este es, desgraciadamente el cuento de nunca acabar, y el hastío me impide recordar y citar todas las declaraciones antisemitas de tantos jefes de estado y monarcas árabes, a las que alude Robert Wistrich (¿no será judío?), y que nunca jamás se denuncian en Europa. Seguiré en la brecha, pero mi desgana, o llanamente pereza, se ve felizmente interrumpida, por la vuelta del exprimer ministro:

-“Disculpen, dice, creo que olvidé aquí mi rosario...”. “No, se equivoca de película, aquí no olvidó usted ningún rosario, ni siquiera su mandil”. Que cada cual apechugue con sus demonios.

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