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Itxu Díaz

La crisis del PP explicada a los mayores

Hace demasiado tiempo que para el PP lo más importante es el PP. Eso explica que en los últimos tiempos su guerra total fuera contra Abascal y no contra Sánchez.

Hace demasiado tiempo que para el PP lo más importante es el PP. Eso explica que en los últimos tiempos su guerra total fuera contra Abascal y no contra Sánchez.
El todavía presidente del PP, Pablo Casado, en la moción de censura de Vox contra Pedro Sánchez, en la que abrazó el 'no'. | EFE

Socialistas de cintura para abajo. Liberales en el bolsillo. Stalinistas purgando a los suyos. Conservadores en la forma de vestir. Socialdemócratas en Europa. Feministas el 8-M. Franquistas cuando llevan tres whiskies. Cambistas en el Tribunal de Qué Me Cuentas. Beatillas en las visitas del Papa. Pasaportistas en pandemia. Abortistas pero poco. Centristas pero mucho. Populistas en campaña entre empanada y ovejas. Patriotas de banderita en la solapa en Madrid. Nacionalistas con boina en provincias.

El PP ha trabajado duro para vaciar de valores su política. A nadie puede sorprenderle que una parte de los suyos hayan terminado al fin vacíos de valores. Con el propósito de ensanchar al máximo su base de votantes, en lo ideológico han querido ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el funeral; esto último, todo hay que decirlo, lo han conseguido.

Los partidos actúan según la moralidad de sus líderes. Sánchez es un buen ejemplo. Y la generación de jóvenes que ha estado al frente del PP hasta esta semana son hijos purísimos del partido, nacidos ya a golpe de chupito en las juergas de Nuevas Generaciones, puñalada silenciosa al que se sale del argumentario del día y coba eterna al que manda. La última idea propia, valiente y libre, que circuló por los pasillos de Génova fue deglutida por el primero de los charranes ante la ovación cerrada de los buitres observadores.

Como diría uno de ellos, no me gusta hacer leña del árbol caído, pero me gusta hacer leña del árbol caído. La lista de metamorfosis de un PP ideológicamente apático a través de los años es interminable. Vox emerge por los huecos que ellos han ido dejando. Solo una ingenuidad infinita explica que, hasta ayer, muchos creyeran que esa oda al relativismo total no terminaría por confundir también a los suyos, haciéndolos incapaces de distinguir lo que está bien y lo que está mal. Ingenuidad infinita, sí, y la endogamia.

La endogamia es una práctica que, en biología, a menudo ofrece resultados pavorosos. No es diferente en política. No me lo tienen que contar porque lo he visto: la desconfianza hacia todo aquello que provenga de fuera del partido, sean ideas o personas, puede ser útil para garantizar la lealtad de los fieles, pero es, una vez más, una traba para el desarrollo de una política útil a la nación. No puede decirse lo mismo de sus Gobiernos, pero sí de Génova: hace demasiado tiempo que para el PP lo más importante es el PP. Eso explica que en los últimos tiempos su guerra total fuera contra Abascal y no contra Sánchez, por más que sus votantes contemplasen el espectáculo con la melancolía de quien recibe una corbata repetida en la noche de Reyes.

Y luego está el argumento testosterónico, que es el único modo de lograr que los tuyos actúen de forma dócil y ordenada cuando los tienes ideológicamente desorientados. Lo hemos visto tanto en los últimos meses que ahora ya no pienso en un Hammond cuando me dicen que algo lo ha decidido el órgano del partido. En el PSOE también ha sido siempre así, si bien el órgano ha ido cambiando según las épocas. Mientras que en Podemos, desde el primer día, todos tocan con entusiasmo el mismo aparato.

Por lo demás, como no ejerzo como sociólogo, y por tanto experto en impostura, puedo decir que al PP que un día aglutinó a conservadores y liberales se lo cargaron los sociólogos, igual que el periodismo murió con el clickbait, que desprecia la búsqueda de la verdad y premia el reclamo de los bajos instintos. Ahora Feijóo tendrá que elegir entre entenderse con Vox o enseñar las tetas.

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