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Javier Somalo

Feminismos, izquierdas y viceversa

Este 8 de marzo se ha visto el objetivo con claridad, desde el manifiesto hasta las declaraciones pasando por las amenazas: izquierda contra derecha.

Este 8 de marzo se ha visto el objetivo con claridad, desde el manifiesto hasta las declaraciones pasando por las amenazas: izquierda contra derecha.
Pancartas exhibidas el viernes | C.Jordá

A principios de siglo, el PP fletó un fantasmagórico buque petrolero diseñado para naufragar. Llegado el momento, lo gobernó muy cerca de la costa y terminó por hundirlo a propósito allí donde pudiera hacer el mayor daño posible. Luego llegaron la guerra de Irak –no la de tropas de reemplazo de Felipe González, que esa fue en el siglo anterior– y el 11-M, del que este lunes lamentaremos 15 años de infamia sin pausa. El caso es que había que echar a la derecha del poder y se empezó por las pancartas. Hoy, las mujeres sólo sufren por culpa de la derecha, repartida a los efectos electorales entre PP, Ciudadanos y VOX, los de Colón. El "relato", como dicen los cursis, no ha cambiado un ápice.

Este feminismo es, según los cánones, "anticapitalista" así que merecerá la pena guardar fotos de la manifestación para comprobar, algún tiempo después, en qué empresas recalan las mujeres del Gobierno que sujetan la pancarta. Habrá que ver dónde queda la "brecha salarial" entre estas activistas de Pedro y el resto de los mortales, mujeres y hombres.

Pero no sólo el PSOE exhibe sin vergüenza sus hipocresías. ¿Conocen –sin Google– el nombre de alguna dirigente sindical en CC.OO o UGT? A mí sólo se me aparecen rudos hombretones que piden quemar calles y luego echarse unas cervezas para descansar. Son feministas y anticapitalistas que solían aparecer repartiéndose el dinero de las extintas cajas de ahorro o llevándoselo a espuertas en Andalucía fingiendo cursos y falseando expedientes de regulación de empleo a la sombra del antiguo régimen.

Más a la izquierda si cabe, hablar de Podemos ya da risa, aunque sea la de los Veinte Millones, subtítulo de la obra de Martin Amis Koba el Temible, dedicada a Stalin. El de Pablo Iglesias es quizá el partido que resulta más incompatible con sus estándares feministas. No sólo porque ÉL vuELve de su baja paternal para poner orden en la finca sino porque volvía y volvía y volvía cada vez que había que hacer algo presuntamente importante. A Podemos sólo le falta decir eso de que "detrás de todo gran hombre hay una gran mujer"… pero detrás, ya sea de las columnas del Congreso de los Diputados, que es donde acabó Tania Sánchez, o de una pancarta, siempre que sea para guardar el sitio al Mesías de Galapagar.

Como de costumbre, la derecha –o lo que sea– busca apellidos con los que justificarse. No lo haría si no se sintiera inexplicablemente obligada por una ideología contraria. Y así han pasado las décadas, perdiendo el tiempo en pedir perdón por existir. De ahí viene lo de la derecha "democrática" o "reformista" o "moderna", que es como sucumbir a la tesis enemiga de que, en realidad, proceden del franquismo, dictadura posterior a una guerra civil en la que La Izquierda –siempre mayúscula y sustantiva– no tenía nada que ver porque la España de los 30 estaba tan tranquila hasta que pasó todo. Ciudadanos se inventa ahora el "feminismo liberal" para apellidar su excusa y el PP declina a última hora su asistencia a la manifestación del 8 de marzo después de leer el manifiesto. ¿Esperaban otra cosa? No niego buena intención en las decisiones de PP y Ciudadanos pero insisten en perder las batallas y, esta vez, regalárselas a VOX, que ha preferido plantar cara aprovechando complejos y una legítima defensa propia.

Este 8 de marzo se ha visto el objetivo con claridad, desde el manifiesto hasta las declaraciones oficiales pasando por las amenazas violentas: izquierda contra derecha, que vienen unas elecciones muy raritas y a todos les interesa un empujón. Ya se encargará después Sánchez de distinguirse de Iglesias, y éste del mundo entero pero, de momento, hay que alejar fantasmas.

Este 8 de marzo no ha habido una reivindicación del feminismo a la altura del drama de las mujeres iraníes o de las que celebran como conquista el hecho de conducir un automóvil. Este 8 de marzo no se ha condenado la ablación o la lapidación por adulterio porque supongo que es una intolerable injerencia cultural propia del imperialismo heteropatriarcal. Ni siquiera hemos visto un ligero rubor en ministras asiduas a juergas tabernarias con comisarios. Era el marzo de las periodistas españolas que lideran las audiencias en radio y televisión, de las ministras que ovacionan a su líder y lo graban en vídeo antes de dar el salto a un Consejo de Administración. Y también el marzo de uno de los países más seguros del mundo para las mujeres y en el que cada día, sin pancartas, cuotas, lemas ni colores, y por supuesto sin amenazas, la igualdad surge de la espontaneidad.

De poco sirve tanto artificio: lo vivido no es sino un intento de respuesta a la manifestación de Colón, infinitamente peor organizada, sin tiempo de preparación ni calendario favorable y sin el apoyo interesado de todas las estructuras del Gobierno y de la gigantesca hipocresía de la mayoría de los medios de comunicación. Y, con todo, Colón fue enorme. Pero este 8 de marzo había que hundir un Prestige en las fuentes de Madrid. Siempre antes de unas elecciones.

Nada de hombres y mujeres. Feminismos, izquierdas y viceversa.

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