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Javier Somalo

Juego de Palacios

Felipe VI y Mariano Rajoy
Felipe VI y Mariano Rajoy | EFE

Mariano Rajoy quiere ser persona sine qua non. No es una opinión sino su declaración nítida. Recapitulando lo aquí repetido hasta la arcada, unas nuevas elecciones son, según Rajoy, malas para España pero quiere conducirnos a ellas. Aboga por una gran coalición, que sería buena para España sólo si él es el presidente; de lo contrario, la vetará.

Pero, ¿qué ha pasado en estos días de acontecimientos inéditos, mientras algunos discuten sobre si el Rey propone o dispone, si empieza el plazo o falta una ronda, mientras las tertulias trataban de sondear lo desconocido? Sigo sin encontrar la puntada de este hilván porque el hilo es quebradizo pero cada vez parece más claro que a Felipe VI le sorprendió y molestó el rechazo de Rajoy porque no estaba en el guion. El Rey y el presidente despachan, tienen líneas abiertas y, sin embargo, se optó desde La Moncloa por un imprevisto que no gustó nada en La Zarzuela. Rajoy quiso que todo el mundo tuviera claro que el Rey le había ofrecido formar gobierno y que él lo había declinado, jugada que iba a fracasar en la segunda manga. Hay quien dice que el comunicado de Zarzuela previo a la comparecencia de Rajoy fue una exigencia, dejémoslo en sugerencia intensa, de La Moncloa. Sigo pensando que fue la Casa del Rey la que quiso adelantarse como única respuesta posible al desplante institucional. Pero quede para el análisis la otra versión por si hiciera falta en acontecimientos venideros.

Leyendo y releyendo vicisitudes de la Transición es imposible no toparse con don Juan de Borbón, personaje veleidoso pero clave, al fin y al cabo, en la forja del rey Juan Carlos. Son muchas las ocasiones en las que sus actos, bravuconadas u omisiones pusieron en riesgo la incipiente etapa democrática que su hijo pergeñaba mientras los franquistas se preguntaban qué serían sin Franco y cómo perpetuarían un régimen personal sin esa persona que, por entonces, iba y venía de la salud a la enfermedad, de la tromboflebitis al golf, rodeado de una camarilla que aprovechaba las agonías para intrigar con ceses, nombramientos y hasta sucesiones. El que no pudo reinar –tampoco a él le tocaba, suele olvidarse– quería condicionar al que iba a hacerlo, quizá sin saber que los planes del hijo eran por entonces sólidos y estaban bien tramados y escrupulosamente asesorados. Aunque don Juan renunció, sin más remedio que hacerlo, a los derechos dinásticos, lo hizo tarde y quizá jamás dejó de pensar en que para España era más importante la continuidad dinástica –que, insisto, fue groseramente amañada– que la democracia. Las personas por encima de los proyectos.

Este breve viaje cuarenta años atrás viene al caso porque podrían estar repitiéndose algunos pasajes, con importantes diferencias que no hace falta aclarar porque son de bulto. Pero el caso es que hay camarilla –de La Moncloa, no de El Pardo– y hay mensajes de aquel que abdicó hacia el que estrena el reinado de una etapa casi tan importante –quizá con el tiempo lo sea aún más– como la de antaño. Y, como entonces, las injerencias del padre –bien lo sabe él porque lo sufrió– no hacen sino enojar al hijo. Lo cierto es que, aunque la mudanza es inminente, queda mucho poder en el Palacio de la Moncloa. El suficiente como para poner toda su inteligencia al servicio de ese gran pacto con el PSOE pero a la manera pontevedresa, con Rajoy sine qua non, y para ello están usando todos los canales, incluido el del rey emérito, para que Felipe VI presione a Sánchez o a quien sea menester. Según la camarilla nostálgica, eso es lo que haría el padre si siguiera ciñendo la corona. Pero el intento parece que ha sido en vano. De ahí que el segundo despacho de Rajoy en La Zarzuela se suspendiera en el descanso de un partido nada amistoso. Cuarenta y cinco minutos y balón para Sánchez.

Esto explicaría las diferencias en las comparecencias de Rajoy. Cuando el Rey le pidió formar gobierno, presumió de ello y de declinar. Cuando no lo hizo, el presidente en funciones ocultó el hecho hasta que se lo preguntaron los periodistas. Antes de confesar que el Rey esta vez no contaba con él, Rajoy dibujó los desastres que para España supondría un gobierno de Sánchez con Podemos y que parecía achacarle al Rey en caso de favorecerla. El argumento sonó casi a chantaje pese a que el propio Rajoy volvió a presumir de su veto a una opción de centro-izquierda que anularía la del Frente Popular. Pero la sorpresa había venido de vuelta y devuelta. En el segundo despacho, el sorprendido fue Rajoy, pues esperaba que Felipe VI prorrogara de nuevo el tiempo de negociaciones sin encomendar a nadie la tarea de formar gobierno. Tiempo, el agua del pez de Pontevedra. Con la propuesta a Sánchez, el presidente comenzó a boquear y, afónico, clamó al cielo porque el tiempo era para Sánchez; tres o cuatro semanas, quizá un mes… Y aquél que vive del tiempo pidió, por primera vez en su existencia y en consonancia con Pablo Iglesias, que los plazos se acortaran porque no eran para él. La reacción de La Zarzuela no sería una respuesta al desplante ni un escarmiento sino un reparto de las presiones. La remota posibilidad de un gobierno de PSOE y Ciudadanos con la necesaria abstención del PP sólo podría llegar sin Rajoy y, quizá mejor también sin Sánchez.

El candidato a presidente quiso visitar la tumba de Suárez en plena campaña electoral de diciembre para lanzar no sé qué mensaje. Quizá desde los gélidos terrones avileños que acogen el cuerpo de aquel Presidente se escuchara una firme y atropellada voz nasal que decía, "yo dimití para evitar que la democracia fuera un paréntesis". Pero Rajoy prefirió escuchar, descontextualizar y malinterpretar aquello de: "O yo o el caos". Quizá todavía alguien llegue a tiempo para recordarle el primer epitafio no sólo a Rajoy, sino también a Sánchez, que ya ha dicho cerca de veinte veces "voy en serio" pero suplica a Pepa Bueno que le "deje soñar” y se traba y arruga cuando Ketty Garat le pregunta qué pasaría si alguien le pide que se aparte del camino. Salvo Albert Rivera, todos están poniendo sus personas y puestos por encima del interés general.

A estas horas son muchos los portadores diarios de mensajes y rumores. Bien pensado y sin que sirva de precedente, no está de más escucharlos independientemente de su fundamento porque la política es precipitada y lo que hoy se descarta, mañana puede ser ley. Visitando de cuando en cuando la época de la Transición, intensa como la actual pero ya reposada por la Historia, encontramos situaciones que pueden ayudar a comprender y hasta a prever lo que se avecina.

Como decía al principio, las puntadas son desiguales pero llevan el hilo suficiente para hilvanar este retal que habrá de coserse o deshilacharse con el tiempo. Creo, una vez más, que el Rey y Ciudadanos están acertando y si toca desdecirse lo haré. Esta ya no es España de adhesiones, ni mucho menos de camarillas o de mensajes entre palacios.

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