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Javier Somalo

Para qué sirve Iván Redondo

Cuanto más poder intenta acumular Pedro Sánchez, más débil resulta su Gobierno o la parte que le toca. Nunca un Gabinete de Presidencia había sido tan extenso como para albergar a 56 altos cargos.

Cuanto más poder intenta acumular Pedro Sánchez, más débil resulta su Gobierno o la parte que le toca. Nunca un Gabinete de Presidencia había sido tan extenso como para albergar a 56 altos cargos.
La vicepresidenta Carmen Calvo e Iván Redondo | EFE

Cuanto más poder intenta acumular Pedro Sánchez, más débil resulta su Gobierno o la parte que le toca. Nunca un Gabinete de Presidencia había sido tan extenso como para albergar –sólo ese gabinete– a 56 altos cargos. Tiene lo máximo siendo lo mínimo. Más cargos que nadie con menos diputados que nunca.

Para aislarse de los socios comunistas que ha tenido que meter en La Moncloa, Sánchez ha pretendido blindarse en torno a una figura que casi siempre ha existido pero que nunca había concentrado tanto poder siendo, además, ajena al partido. Eso, y su empeño en ser presidente de la República, convierten a Iván Redondo en una suerte de Primer Ministro en la sombra, shadow prime minister, según diría Pablo Casado que, por ser original y leído, ha querido traer a España con innecesaria literalidad una práctica tradicional del parlamentarismo británico que se resume en articular la Oposición como institución, con políticos encargados de controlar cada cartera del Gobierno como si también la ostentaran. En resumen: la oposición de toda la vida como siempre debería hacerse. Por decirlo en inglés, no suena mejor. Si lo hace de veras, bienvenido sea.

Pero para gobernar alejado de la luz en el sentido que a todos nos viene a la cabeza hay que tener el poder real y eso es lo que parece tener Iván Redondo, un ex asesor del PP en la Extremadura de José Antonio Monago o en el País Vasco de Antonio Basagoiti. Un táctico, más que estratega, que ofrecía sus servicios desde Redondo y Asociados, muy al estilo americano. Hoy a los republicanos y mañana a los demócratas porque vende fórmulas, movimientos de ajedrez, envoltorios y derivadas aparentemente desconcertantes. Pero no ideas. Porque, ¿es Iván Redondo socialista? ¿Qué piensa Iván Redondo de España? ¿Le parece normal el golpe de Estado de la Generalidad? ¿Aprueba el apoyo de etarras?

Cuando anduvo con Monago hermanó a Extremadura con Israel, y eso que el PP gobernaba la región con el apoyo de Izquierda Unida. A Basagoiti le enseñó a dirigirse a los periodistas de ETB con descaro, casi desafiante pero sin cargar las tintas ideológicas. Fue la conocida como "política pop". No sirvió de mucho. Se ofreció al PP nacional como activo del partido para interpretar las señales sociales que, por lo visto, no perciben los políticos. Pero en Génova vivía Pedro Arriola, el mago Merlín de Aznar heredado por el heredero, y no había sitio ni, menos aún, dinero para más augures. De todas formas, el objetivo de Redondo siempre habría sido llevar al PP más a la izquierda y para eso no hacían falta grandes gastos.

Quien conoce a Redondo lo sitúa al margen de la ideología, lo que en España significa ser de izquierdas en su faceta "progre", como si ese fuera el estado natural y lógico del ser humano –sobre todo, el español– antes de que la política lo corrompa. Buenos por naturaleza, ya se sabe. Rousseau frente al pobre Hobbes y encima con Twitter y televisiones.

Fue jefe de gabinete de Monago pero también consejero de su gobierno regional sin pertenecer al partido. Asesoró al sindicato de enfermería SATSE que se las vio tiesas con muchas comunidades gobernadas por el PP. Por lo que parece, siempre conoce al cliente y al enemigo, condición imprescindible, que la derecha se resiste descubrir, para ejercer la política. Otra cosa es que a Redondo se le pueda apuntar un éxito completo.

El barco de la derecha hizo aguas por muchos motivos pero el principal es que nadie remaba en la misma dirección. Lo cierto es que hoy el centro derecha tiene los mismos votantes pero disueltos en tres partidos que no suman el total. La crisis de Ciudadanos provocada al final por Albert Rivera –artífice también de su éxito– ha acercado más a Inés Arrimadas hacia la utilidad de entenderse con el PP por razones de emergencia. Pero en Ciudadanos no falta quien denuncia que ese acercamiento sólo puede terminar en absorción, cosa que no sería precisamente una mala noticia si uno no pertenece a ese partido.

Cayetana Álvarez de Toledo inició una inteligente y cortés descapitalización intelectual del partido naranja aprovechando su pasado como patrocinadora de Libres e Iguales, plataforma transversal y necesaria que, sin embargo, siempre se resistió a pasar del salón a la arena. Con Ciudadanos en la órbita, el entendimiento con Vox podría ser lo natural entre liberales y conservadores sin necesidad de reyertas, con el adversario común de la izquierda intervencionista. Aun así, la derecha todavía se quedaría muy lejos de gobernar como cuando moraba por allí Iván 'el Táctico'. Poco antes de que el PP sufriera la fisión en tres, Redondo vio la gran oportunidad en el PSOE, que sólo tendría que merendarse a Podemos para recuperar dimensiones pasadas, las de las superpotencias del bipartidismo pero, esta vez, en solitario. El conocimiento de todas las partes y la anticipación fueron y son los ejes de Redondo aunque conviene insistir en que, en rigor, no hay éxito completo que le asista salvo que quiera apuntarse la caída de Mariano Rajoy en la moción de censura.

También parece que, como poco, es comprensivo con los nacionalismos, siendo natural de San Sebastián. Diálogo, diálogo y diálogo… con quienes, por definición, no dialogan porque buscan fundacionalmente la ruptura. Por decirlo de alguna manera, Redondo es asimilable a un votante modélico del zapaterismo con más capacidad analítica y sin apego a siglas. Un táctico, más que un estratega, experto en el corto plazo, que es la única manera de actuar desde un Gobierno débil, con una oposición dividida y una situación política más inestable que un barril de nitroglicerina en la cesta de una bicicleta. Se dice que es buen gestor de equipos pero con enorme capacidad de trabajo individual, así que quizá no necesita tanta gente alrededor salvo que haya que pagar favores pasados y futuros o que la hipertrofia administrativa le permita ocultarse del propio Gobierno que le ha confiado la custodia del poder.

Lo más importante para Redondo es que el político asesorado, el cliente, se ponga enteramente en sus manos. Y Sánchez, al que prestaron la tesis y le escribieron el libro, encaja como un guante en ese modelo. Si hay alguien que se deja hacer cuando hay esfuerzo por medio, ese es Sánchez.

Es de sobra conocida la mala relación entre Iván Redondo y Carmen Calvo. No se soportan. Algo parecido, si no peor, sucede con Adriana Lastra. En realidad, nadie en el partido ve con buenos ojos a Redondo y hasta presumen de ello. No es de extrañar si atendemos al miedo que les provoca su perfil ganador y su reputación, incluso su asombroso pasado en la empresa privada, fenómeno sobrenatural para los políticos pata negra que apenas conocen la vida más allá de las cuatro paredes de una sede. Cuando se teme tanto la injerencia suele ser por un íntimo reconocimiento de escasa valía que obliga a sustituir la frustración por una enemistad manifiesta. A ver si este novato me va a quitar el puesto después de haber traído a Sánchez en unas primarias épicas contra una tal Susana Díaz. Y si en el PSOE no lo tragan, huelga decir lo que se oye en Galapagar cuando se lo encuentran de portero chungo en los cielos impidiendo el asalto.

Sin embargo, José Luis Ábalos no le tiene miedo y, en consecuencia, es el que menos mal se lleva con Redondo. Quizá sea por aquello de que lleva "en esto desde el 76" y no le deslumbran las brillantes ideas de un chaval del 81. Porque Redondo nació con el golpe de Estado, pero el de Tejero, cuando Pedro Sánchez tenía nueve años.

Pero tanto poderío ha servido de bien poco ante una visita imprevista –o prevista pero con guion para que pareciera accidental– de Gabriel Rufián a La Moncloa para que Sánchez cambiara de opinión respecto a la maldita mesa de diálogo con el golpismo. Sea como fuere el plan de escape común, Rufián se ha dado el gustazo de perdonar la vida a un presidente del Gobierno de España y de paso ganar ventaja frente a su enemigo íntimo del separatismo, Quim Torra.

Tampoco salieron bien las cosas en el 'Delcygate'. La vicepresidenta bolivariana, Delcy Rodríguez, hizo de su capa un sayo arrancando de cuajo los carteles europeos de Wanted y José Luis Ábalos tuvo que limpiar la sangre en el aeropuerto y lanzar al mercado más versiones que un Ford Fiesta. Desconozco si en el gabinete de crisis entre Sánchez, Calvo y Redondo alguien midió el cuello de Ábalos pero sospecho que el mensaje del veterano socialista no iba dirigido ni a Casado ni a Abascal cuando dijo, alterado, "a mí no me echa nadie".

Al nadapoderoso Sánchez lo sostienen, pues, pocos palos. Uno de ellos, quizá el palo mayor con permiso de Ábalos, sea todavía Iván Redondo. El resto son potenciales enemigos. Hace algunas semanas dije aquí que había tres gobiernos en uno: el de Sánchez, el de los comunistas y el de la Generalidad golpista que condiciona a los otros dos. Pues corrijo por aumento. Hay un cuarto: el de Iván Redondo con sus 56 cargos. El despiece del Frankenstein que nos gobierna es tan sobrecogedor como difícil de sostener.

Si Rufián o Delcy –y quizá Marruecos, siempre tan observador– hacen lo que quieren es porque se puede, porque este Gobierno es franqueable en muchos frentes, desde dentro y desde fuera. Y porque a ras de suelo, resulta que los temibles tanques acorazados eran de cartón piedra. Que esto sea táctica, estrategia o nueva política queda en el terreno del Gabinete del Doctor Redondo. Pero el modelo asoma ya claros síntomas de agotamiento. A lo mejor, sin querer, Redondo nos brinda la caída de Sánchez.

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