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José García Domínguez

Los ingleses no quieren pagar a los pobres

El proyecto europeo, que es esencialmente político, resultará inviable a largo plazo si la extrema desigualdad de niveles de renta entre el Este y el Oeste se cronifica.

El proyecto europeo, que es esencialmente político, resultará inviable a largo plazo si la extrema desigualdad de niveles de renta entre el Este y el Oeste se cronifica.
EFE

El Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte se unió en su día, si bien con todas las reticencias del mundo y acaso alguna más, a algo aún llamado Mercado Común Europeo cuando aquel difunto algo constituía un pequeño y selecto club del que formaban parte las naciones más ricas, cultas, estables, pacíficas y demográficamente decadentes del hemisferio occidental del planeta. Un exclusivo club en el que el socio más modesto, en su momento Portugal, poseía en el instante de su incorporación, el año 1986, una renta per cápita solo inferior en un 45% a la media de la UE. Una asimetría, la de los tres pobres oficiales del grupo, Portugal, España y Grecia, subsanable con un poco de paciencia y una buena dosis de fondos estructurales. Y es que, al igual que el III Reich de Hitler parecía llamado a perdurar mil años, según llegaron a creer no solo sus propios promotores, el comunismo imperante en las naciones de la Europa del Este en tiempos del imperio soviético también era considerado por todos, y no solo por los jerarcas del socialismo real, como una premisa inamovible del paisaje destinada a permanecer inalterada durante el espacio de, por lo menos, varias generaciones. Así las cosas, nadie, ni dentro ni fuera del Reino Unido, pensaba en serio que tan pronto como a finales de la década de los ochenta fuese a ocurrir lo que ocurrió, esto es, que la URSS se desmoronase de modo súbito como un castillo de naipes y que, tras ella, lo hicieran con idéntica y sorprendente celeridad sus Estados satélites de la Europa oriental.

Porque el tan inopinado derrumbe del Muro lo cambió todo. Desde entonces, Europa iba a dejar de ser un plácido y aburrido reducto de viejos ricos. Al punto de que en 2007, instante en el que se incorporaron a la UE Bulgaria y Rumanía, los europeos ya no pudimos seguir mirando por encima del hombro a los yankis porque, mal que nos pesara, a partir de aquel momento, 2007, nosotros, los orgullosos y socialdemócratas europeos, alcanzamos unos niveles de desigualdad en el reparto de la riqueza que nos equiparaban con Norteamérica, la patria del capitalismo individualista y del darwinismo social más crudo. El coeficiente de Gini de ambos, europeos y norteamericanos, que es el indicador que usan los economistas para medir la desigualdad, así lo indicaba. Lo indicaba y lo sigue indicando. Hay, no obstante, una diferencia crítica entre su desigualdad y la nuestra. Porque en los Estados Unidos la desigualdad se da entre los individuos. En Europa, en cambio, se manifiesta entre territorios. Un pobre de Arkansas, el territorio más pobre de Estados Unidos, no es más pobre que un pobre de New Hampshire, el territorio más rico de Estados Unidos. Lo que, entre otras cosas, lleva a que los pobres de Arkansas no posean ningún gran incentivo para emigrar en masa a New Hampshire.

Aquí, en cambio, las cosas resultan ser bien distintas. De ahí que todos, absolutamente todos, los habitantes de Luxemburgo, el país más rico de Europa, sean más ricos que todos, absolutamente todos, los habitantes de Rumanía. O, por ejemplo, y según cálculos de Branko Milanovic, el mayor especialista mundial en desigualdad, que las personas más pobres de Dinamarca sean más ricas que el 85% de los habitantes de Bulgaria. ¿Y eso qué tiene que ver con que los ingleses se hayan largado de la Unión Europea dando una patada a la puerta a modo de despedida? Pues tiene mucho que ver y por una razón muy simple. Porque cuando la pobreza es una cuestión de individuos, el supuesto de los Estados Unidos, las políticas públicas orientadas a acabar con ella tienen que ir destinadas a los individuos. Pero cuando la pobreza es una cuestión de territorios, y encima de grandes territorios, la acción institucional para tratar de acabar con ella, lógicamente, tendrá como destino esos territorios. El proyecto europeo, que es esencialmente político, resultará inviable a largo plazo si la extrema desigualdad de niveles de renta entre el Este y el Oeste se cronifica. Y eso significa transferencias constantes de recursos durante décadas desde el Oeste con rumbo al Este. Transferencias que los británicos no piensan pagar. No quieren pagar. Punto.

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