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José García Domínguez

Franco y el Barça

Tres medallas, no una ni dos, solo se las otorgó a Franco el Barça. El Barça y nadie más que el Barça.

Lo dijo Manolo Vázquez Montalbán, aquel gran gastrónomo y máximo representante en España junto con Fernando Vizcaíno Casas de la figura del novelista comprometido: "El Barça es el ejército simbólico y desarmado de Cataluña, una nación sin Estado". Curioso ejército, por lo demás. Y es que no hay constancia en los anales de otro ejército en el vasto mundo que hubiera concedido tres veces, no una ni dos, su máxima distinción honorífica por méritos de combate al comandante en jefe de las tropas enemigas. De ahí, por cierto, que al Real Madrid le resulte imposible durante estas agitadas vísperas del inminente desahucio de Francisco Franco en Cuelgamuros desposeer al difunto dictador de tres, no una ni dos, medallas de oro y brillantes del club. No se las pueden quitar de muerto porque nunca se las dieron en vida. Tres medallas, no una ni dos, solo se las otorgó a Franco el Barça. El Barça y nadie más que el Barça. Porque nadie aquí fue tan servil y rastreramente franquista como su Junta Directiva de cuando entonces. Nadie, eso solo lo hizo el alto mando del ejercito del país de los cuentos chinos.

Por cierto, se suele decir que fueron solo dos las medallas otorgadas al Caudillo por el heroico ejercito simbólico que se inventó Vázquez entre vianda y vianda porque se olvida lo ocurrido en la final de la Copa del Generalísimo de 1951, un partido que el ejército desarmado de Cataluña ganó por tres a cero a la Real Sociedad. Sin duda dejándose llevar por la emoción del momento y el sentimiento catalanista, Agustí Montal i Galobart, el presidente de turno, se quitó la insignia de oro y brillantes de la solapa y se la impuso allí mismo, en el palco, a Franco, que estaba sentado a su lado. Fue la primera. Después vendrían las otras dos. Una en 1971, con ocasión de otra visita del estado mayor de la Masía, la enésima, al Pardo para rendir pleitesía a su inquilino. La otra en un instante tan tardío como 1974; en concreto, la comandancia del ejército simbólico eligió la muy simbólica fecha del 27 de febrero de 1974, esto es, solo tres días antes de la ejecución mediante garrote vil de Salvador Puig Antich en la cárcel Modelo de Barcelona, para volver a manifestar su más inquebrantable adhesión al gallego. No era un club, era una alfombra de baño.

El ejército desarmado era mentira. Tan mentira como todo lo demás. Francesc Viçens, el crítico de arte e histórico militante del PSUC en la clandestinidad, quien luego sería diputado de la Esquerra durante la Transición, escribe con extraña, infrecuente sinceridad en su libro de memorias:

Yo era unos de los pocos estudiantes que hablaba catalán. No es que la gente estuviera reprimida; es que se hablaba español, que era la lengua de las personas cultas. Los catalanohablantes o bien eran gente vieja o payeses, pero los universitarios hablaban en castellano. Todo eso de la resistencia cultural es pura invención.

Cuánto daño han hecho los autores de ciencia ficción en Cataluña. Ahora lo estamos pagando.

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