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José García Domínguez

La memoria histórica de Podemos

Chicos y chicas que ni siquiera habían nacido en 1977 creen saber ahora que hubo un gran pacto de silencio entre la oposición y los herederos del régimen.

Chicos y chicas que ni siquiera habían nacido en 1977 creen saber ahora que hubo un gran pacto de silencio entre la oposición y los herederos del régimen.
EFE

Mientras traga en resignado silencio carros, sapos y carretas acomodada en las mismas sillas del Consejo de Ministros desde las que contempla en sus móviles el horror de una montaña de cadáveres insepultos, la que se extendió al otro lado de la verja de Melilla, esa misma que hoy separa la civilización de la barbarie medieval, la alegre y justiciera muchachada de Podemos insiste en exigir responsabilidades históricas a la anterior generación por sus claudicantes renuncias durante los años de la Transición. Ellos y ellas, tan jóvenes, tan puros y tan íntegros, desprecian a los que les doblan en edad, en conocimiento y en memoria, todo por su pusilánime prudencia pragmática frente a lo que quedaba en pie de la dictadura de Franco, que era absolutamente todo, empezando por el Ejército y por el aparato represivo policial, después de la muerte del dictador.

Chicos y chicas que ni siquiera habían nacido en 1977 creen saber ahora que hubo un gran pacto de silencio entre la oposición y los herederos del régimen para ocultar la verdad del pasado español a las nuevas generaciones. Se ve que la pereza les impide acercarse a alguna hemeroteca, biblioteca o filmoteca a fin de inquirir sobre aquella época, una época en la que se aireó absolutamente todo sobre la guerra civil y los años de la dictadura. Ocurre que esas chicas y esos chicos confunden la censura que nunca hubo con la sensata prudencia responsable de unos políticos adultos, los que pilotaron el cambio de régimen, que acordaron no lanzarse el pasado a la cara por el bien del país.

Por eso, nadie le recordó en las Cortes de la Transición a Manuel Fraga que él había sido miembro del Gobierno de Franco que ordenó ejecutar a Julián Grimau. Y por lo mismo tampoco nadie mencionó en el Hemiciclo que Santiago Carrillo había tenido una enorme responsabilidad personal en el crimen colectivo de Paracuellos del Jarama. Los líderes de la Transición no querían otra guerra civil, algo que ahora parece que les vamos a echar en cara. Porque, por lo visto, aquí se tendría que haber imitado el modelo yugoslavo, donde los serbios y croatas contemporáneos se recordaron mutuamente las afrentas pasadas a sus respectivos abuelos difuntos solo cinco minutos antes de empezar a matarse entre ellos.

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