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José García Domínguez

¿Tiene futuro lo de Errejón y Carmena?

¿Hay hueco para esa sexta fuerza en la segmentación electoral española más allá del estricto espacio territorial de la ciudad de Madrid?

¿Hay hueco para esa sexta fuerza en la segmentación electoral española más allá del estricto espacio territorial de la ciudad de Madrid?
EFE

En gran medida incomprensible desde fuera, al menos más allá del prosaico enfoque de las disputas personales por el poder, la división en dos de Podemos, casi segura a estas horas, invita a pensar sobre si el continuo proceso de fragmentación de los espacios políticos en España no habrá concluido aún. Algo impensable hace apenas cinco años, que el mercado electoral de la derecha, el mismo que había monopolizado el PP durante lustros, se partiese en tres con las sucesivas irrupciones de Ciudadanos y VOX, podría estar a punto de repetirse de modo simétrico, ahora en el ámbito de la izquierda, si la alianza electoral entre Carmena y los de Errejón acaba cuajando en una nueva sigla dispuesta a competir con PSOE y Podemos en su mismo ámbito de referencia ideológico. ¿Hay hueco para esa sexta fuerza en la segmentación electoral española más allá del estricto espacio territorial de la ciudad de Madrid? Sería demasiado aventurado arriesgar una respuesta tajante. España, queramos o no, es Europa. Y en Europa, en toda Europa, se está produciendo un mismo fenómeno desde, más o menos, el cambio de siglo. Un fenómeno caracterizado por la acelerada desaparición de las viejas divisorias tradicionales que daban sentido a la confrontación entre las distintas fuerzas políticas.

Una divisoria, la clásica y hoy en proceso de extinción, que contraponía en las urnas a los viejos partidos obreristas con las no menos viejas formaciones conservadoras de siempre, al campo con la ciudad, o a los valedores políticos del tradicionalismo moral y de los valores religiosos con los exponentes del laicismo militante. Todo eso está desapareciendo a toda prisa del escenario occidental para dar lugar a un novedoso terreno de disputa en el que comparecen, enfrentados, los ganadores y los perdedores del proceso de globalización. Un marco que rompe esquemas mentales que parecían inamovibles y que permite contemplar, por ejemplo, a lo que sociológicamente aún queda en pie de la clase obrera europea alineándose en todas partes con partidos de extrema derecha. Pero junto a esa tendencia general de la que formamos parte concurren también en nuestro caso particular rasgos específicamente españoles, que son los que hacen tan difícil lanzar un pronóstico. Tres fuerzas de izquierda con representación parlamentaria existen, sin ir más lejos, en Alemania. Allí el SPD, centenario partido socialdemócrata del establishment ahora reconvertido a un tibio y anodino social-liberalismo, convive dentro del espacio teórico de la izquierda con los paleocomunistas de Die Linke y, sobre todo, con Los Verdes.

Los Verdes, un grupo que ha transitado velozmente del radicalismo antisistema de los primeros tiempos a ser la expresión partidaria de los bobos, los burgueses bohemios con demandas políticas postmaterialistas, tipos urbanos, cosmopolitas, con alto nivel de capacitación académica, con estilos de vida informales y ubicados en el tramo medio y alto de la distribución de la renta. Un espacio, el específico de Los Verdes al norte de los Pirineos, muy distinto del de Izquierda Unida y también al actual de Podemos, sobre todo tras haber renunciado Pablo Iglesias a la estrategia populista de los orígenes para reubicar al partido en el ámbito de la izquierda convencional. El problema para Errejón es que esa exquisita cohorte electoral, un segmento muy transversal al que le cuesta ubicarse a sí mismo dentro del eje de coordenadas que escinde a izquierda y derecha, en gran medida, fue atraído en su momento por Ciudadanos. ¿Es, pues, imposible que lo de Errejón encuentre su nicho ecológico de supervivencia? No, en la medida en que Ciudadanos, al igual que Podemos, también ha modificado su posicionamiento primero al moverse cada vez más y más hacia la derecha, abandonando aquel indefinido regeneracionismo buenista de su primera etapa como partido nacional. ¿Cunde lo suficiente la progresía pija española como para poder formar a partir de esos mimbres electorales un grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados? A saber.

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