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Pablo Planas

Jaume Giró y el típico espía español

Pobre gente. Están rodeados y encima aún hay restaurantes de Barcelona que no tienen la carta en catalán. Es un infierno. 

Pobre gente. Están rodeados y encima aún hay restaurantes de Barcelona que no tienen la carta en catalán. Es un infierno. 
Los consejeros Jaume Giró y Laura Vilagrà conversan durante un acto celebrado en una piscina. | EFE

No hay un solo independentista catalán que no se crea perseguido, espiado y controlado por el Deep State español, las míticas cloacas del Estado. Es un fenómeno de psicosis colectiva en el que el llamado "Catalangate" no es la causa, sino una de sus múltiples consecuencias. El consejero de Economía de la Generalidad, el señor Jaume Giró, era un alto directivo bancario cuando detectó frente a su "caseta" del Ampurdán la presencia de un espía español al que ha descrito como un hombre que iba ataviado con unos pantalones largos de tergal y camisa en pleno agosto.

Pero Giró no sólo detectó a ese espía vestido de alemán oriental en la Costa Brava sino que accedió al registro de viajeros del hostal en el que se alojaba el sospechoso individuo (cosa que no debe ser muy legal) y dedujo que se trataba de un detective privado contratado por la policía española. Y es que, sostiene Giró, los agentes policiales o del CNI no daban abasto en su persecución contra el independentismo y tenían que recurrir a la contratación de personal externo para la denominada "Operación Cataluña".

Se acuerda de ese episodio (uno de tantos que sufrió) porque ese mismo día, 17 de agosto de 2017, se produjeron los atentados islamistas en las Ramblas de Barcelona y Cambrils. Al mediodía, Giró le puso un mensaje al jefe de los Mossos, entonces Trapero, pero no le contestó, cosa que comprende perfectamente (menos mal) porque pocas horas después pasó lo que pasó.

La fatal coincidencia ha servido además para que Giró deslizara en la radio del conde de Godó ese otro clásico del separatismo que es sembrar la sospecha de que el CNI sabía lo que iba a pasar y no avisó, "teoría" que ha degenerado en versiones de todo tipo siempre rodeadas del sobrentendido de que los españoles son capaces de cualquier cosa cuando les tocan la unidad de España.

Total, que al señor Giró le seguía (que no es lo mismo que espiar y si es que le seguía) un curioso sujeto que portaba unos pantalones largos de tergal. Puede que también llevara sandalias con calcetines o cualquier otra extravagancia de algunos europeos que visitan las playas de Cataluña y del resto de España, pero el actual consejero autonómico por la cuota de Puigdemont no alberga la más mínima duda. Aquel tipo, al que a mayor abundamiento le colgaba del cuello una cámara de fotos, era un espía, un "Torrente" en palabras de la víctima. Claro, claro. Giró se ha recreado allí en otro de los clásicos del independentismo, la estupidez generalizada de policías, espías, jueces, políticos, periodistas y españoles en general, menos ellos y los vascos.

Casos como el de Giró se cuentan a carretadas entre el independentismo. Eduard Pujol, efímero portavoz de Junts, aseguró en TV3 que a él le seguía un espía que se movía en patinete. Ojo. Pero los independentistas no sólo desconfían de los anacletos españoles, sino que tampoco se fían de ellos mismos, razón por la que el presidente de la autonomía, Pere Aragonès, ha prohibido los teléfonos móviles en las reuniones del gobiernillo de coalición entre junqueristas y puigdemontianos.

Pobre gente. Están rodeados y encima aún hay restaurantes de Barcelona que no tienen la carta en catalán. Es un infierno.

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