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Pablo Planas

Separatistas en Madrid: la ciudad no es para mí

Un rasgo común a la mayoría de los miembros del Gobierno autonómico catalán es su oceánica ignorancia en torno al Estado, a sus dimensiones, funciones y capacidades.

Un rasgo común a la mayoría de los miembros del Gobierno autonómico catalán es su oceánica ignorancia en torno al Estado, a sus dimensiones, funciones y capacidades.
Pere Aragonès y Laura Vilagrà, en una foto tomada a finales de julio. | EFE

Un rasgo común a la mayoría de los miembros del Gobierno autonómico catalán es su oceánica ignorancia en torno al Estado, a sus dimensiones, funciones y capacidades. Desconocen casi por completo qué es un Estado y, aún más, cómo es el Estado español, cómo funciona y para qué sirve. Confunden el Estado con el Gobierno, con la bandera, con el Ejército y con Madrid. Por no saber, ni siquiera saben que ellos forman parte del Estado, que son el Estado en Cataluña. Desde luego, nunca un Estado había tenido servidores tan inútiles y desleales, pero eso es otra historia.

A Jordi Puigneró y Laura Vilagrà, el viaje a Madrid del pasado lunes les debió de parecer más arduo que una expedición al Aconcagua. Acudieron a la capital con más recelos y prevenciones que Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí y sin la gracia del recordado actor. En términos generales y en sus elucubraciones, para un nacionalista catalán ir a Madrid es como adentrarse en territorio comanche, atravesar un campo de minas o la favela más violenta de Río de Janeiro. Van con la cartera metida en los calzoncillos y se les salen los ojos de las órbitas cada vez que leen "pantumaca" por "pa amb tomàquet". Son un auténtico espectáculo.

Negociar con ellos traspasos, transferencias, inversiones o cualquier otro apaño es casi imposible. Les tienen que guiar los subsecretarios de Estado y dárselo todo hecho porque su comprensión lectora no va más allá del segundo párrafo. Hay excepciones, claro, Jaume Giró y algún otro, pero en general los consejeros autonómicos proceden del mundo de los partidos separatistas y no se distinguen precisamente por sus habilidades, ni negociadoras ni sociales.

Si fueran la mitad de listos que sus antecesores, aquellos Roca, Prenafeta, Duran o Alavedra, ya le habrían pedido al Gobierno del bello Pedro y la Belarra un concierto fiscal como el vasco, que fue lo que despreció Jordi Pujol porque decía que recaudar impuestos era impopular. La oportunidad es manifiesta, pero los independentistas de hoy en día se aferran al mantra de la amnistía y la autodeterminación porque tienen miedo de sus bases y de personajes como Elisenda Paluzie, la presidenta de la ANC, o de Jordi Cuixart, el mesías del "Lo volveremos a hacer".

En la contraparte, el Gobierno, tampoco es que haya precisamente eminencias, pero tiene toda la pinta que una exalcaldesa de Puertollano como Isabel Rodríguez conoce mejor el Estado que una exalcaldesa de Santpedor como Laura Vilagrà. Eso es indiscutible porque el Estado como tal emigró de la localidad catalana cuando comenzó a mandar el corrupto de Pujol y aún no ha vuelto. Pero, sea como fuere, no parece muy sensato que el Gobierno esté dispuesto a financiar la ampliación del Aeropuerto de El Prat sin que los separatistas hayan renunciado a sus propósitos golpistas. Aunque, claro, se les concedieron los indultos mientras bramaban que no estaban arrepentidos en absoluto. Un desastre.

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