Desde hace muchos años les paso a los alumnos unas preguntas sobre mi forma de dar clase para que me evalúen. Versan sobre el contenido y la forma. Desde "Utiliza ejemplos útiles para explicar su asignatura" a "Hace la clases amenas a la vez que educativas" que pueden puntuar del 0 al 10. Al final, pueden explayarse si quieren escribiendo lo que quieran sobre mi forma de enseñar. La encuesta, claro, es anónima.
Todos los cursos hay un alumno que me califica con un cero absoluto, un cero total, un cero asesino. La media suele estar cerca del 9, pero sistemáticamente hay alguien que no me aguanta. Nunca llego a saber quién es y jamás me explica este tipo de alumno que es lo que le disgusta hasta el aborrecimiento y el negacionismo infinito.
Recientemente, un profesor de la Universidad de Nueva York ha sido despedido por las pobres evaluaciones que hacían de él parte de sus alumnos. Dado que no era titular de la plaza, le hacían contratos anuales, por lo que ha sido fácil dejar de contar con él en cuanto interino. La historia sorprende por varios motivos. En primer lugar, el profesor es Maitland Jones Jr. y tiene ochenta y cuatro años. Hace falta estar muy necesitado económicamente o amar mucho la docencia, una profesión muy exigente cognitivamente al ser una actividad intelectual en la que hay que lidiar con personas, para seguir dando clase a dicha edad. El profesor Jones es poco menos que una leyenda en su campo, la química, y es el autor de uno de los libros de texto universitarios más usados. Además, se preocupó de hacer vídeos con las explicaciones, que pagó de su bolsillo, pero los estudiantes ni iban a clase ni veían los vídeos. Ya saben, esforzarse es de fascistas y la meritocracia, una leyenda.
Por otra parte, en las evaluaciones hay alumnos que lo estiman tanto como hay estudiantes que lo detestan. Pero mientras que el resto de profesores conseguía una puntuación en torno o por encima de 4,0 en una escala de 5,0, las de Jones se situaban en torno a 3,3. Su calificación es más baja, pero una puntuación no significa mucho ya que habría que analizar más detenidamente quiénes y por qué le bajan la calificación. En cualquier caso, el hecho es que obtiene un aprobado y no un suspenso, por lo que no parece haber razón para despedirlo solo por eso. Los estudiantes tienen dificultad de concentrarse, entender las preguntas…, ni rebajando el nivel de exigencia aprueban. ¿La solución en la era de la generación Z? Despedir al profesor que se niega regalar los aprobados
Debemos tener en cuenta que en los Estados Unidos el coste de la educación es muy alto, y los estudiantes pagan grandes cantidades por sus matrículas, por lo que hay un conflicto en los gerentes universitarios que tienen que equilibrar el objetivo de un centro educativo, enseñar, con la finalidad de una institución con ánimo de lucro, ganar dinero. Desde el departamento de Química enviaron una carta a Jones en la que explicaban que iban a permitir a los alumnos evaluarse de nuevo o abandonar retroactivamente su asignatura como modo de "tender una mano suave pero firme a los estudiantes y a quienes pagan las facturas de la matrícula".
Aunque soy un defensor de las evaluaciones a los profesores, también sostengo que no deben hacerse públicas, sino que cada profesor debe ser consciente de las mismas de manera privada para que tenga un espejo en el que verse reflejado. Simplemente con el hecho de saber la opinión que tienen sus alumnos, serviría para mejorar en los aspectos de su docencia que sus alumnos consideraran mejorables. Pero, en el caso de hacerse públicos, les daría a los alumnos un arma de destrucción respecto a aquellos profesores que buscan la excelencia siendo exigentes y se premiaría a profesores que rebajasen el nivel académico para congraciarse con sus estudiantes. Por no hablar de que los alumnos cada vez más favorecen aspectos emocionales sobre intelectuales en todos los ámbitos de la vida, por lo que puntuarán más alto a "profes" que se hacen pasar por colegas y rebajarán la puntuación a los docentes que no convierten sus aulas en un trasunto del club de la comedia.
Aprovechando su despido, el profesor Jones ha enviado un correo electrónico a sus ex-estudiantes pidiendo perdón a los alumnos que consiguieron las mejores calificaciones de 10 por no habérselo puesto más difícil, de modo que hubiesen tenido que esforzarse más y, de esta manera, tener "la oportunidad de mejorar más allá de una base ya formidable". Lo que nos da una pista sobre cómo manejar las encuestas realizadas por los alumnos para sobreponderar las evaluaciones realizadas por los mejores alumnos, de manera que no se conviertan en una forma de castigo por parte de los peores alumnos a los docentes que se niegan a pasar por el aro de la pedagogía políticamente correcta, donde la empatía sustituye al rigor, las "gamificaciones" al pensamiento y se masajea la amígdala de los alumnos en lugar de estimular su lóbulo frontal (a esto lo llaman "neuropedagogía").
En el fondo, el despido del profesor Jones es un caso concreto de una lucha más abstracta: la batalla cultural sobre qué debe priorizarse en el sistema educativo, la verdad o la justicia social. No se puede servir a dos señores, porque se aborrecerá a uno y se amará al otro, o bien se entregará a uno y despreciará al otro. El sistema educativo tiene que elegir como su meta fundamental o la verdad o la justicia social, entre el profesor Jones y los estudiantes que quieren un título pero no conocimiento.
En mi opinión, más que despedir al profesor Jones harían bien en la Universidad de Nueva York en hacerle una estatua como la de Cristobal Colón en Barcelona, sobre un alto pedestal indicando allá a lo lejos, en el horizonte, el camino universitario hacia la excelencia académica, el esfuerzo intelectual y, sobre todo, el hambre de conocimiento y la pasión por el trabajo. Aunque haya alumnos que por ello te planten sistemáticamente un cero patatero.