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EDITORIAL

Así se acaba con el terrorismo

Una "cúpula", la del Gobierno de Aznar, que nada tiene que ver con la otra "cúpula", la que dirigió el ministerio en tiempos de Felipe González, cuando los GAL campaban a sus anchas y el estado de derecho se defendía desde las cloacas.

No está de más que, como sucedió ayer durante la presentación del libro España, camino de Libertad, de vez en cuando se reúna la cúpula de interior del Gobierno Aznar para recordarnos cómo se lucha contra el terrorismo. Una "cúpula" que nada tiene que ver con la otra "cúpula", la que dirigió el ministerio en tiempos de Felipe González, cuando los GAL campaban a sus anchas y el estado de derecho se defendía desde las cloacas. La tripleta formada por Ángel Acebes, Jaime Mayor Oreja y Mariano Rajoy tiene en su haber el mayor rosario de éxitos en lo que a lucha antiterrorista se refiere.

Fue durante esos años, los comprendidos entre 1996 y 2004, cuando la ETA entró en una profunda crisis de la que no ha logrado recuperarse, a pesar de la segunda oportunidad que Zapatero en mala hora le concedió la legislatura pasada. Una crisis interna, financiera y operativa que comprometió seriamente su existencia; y una crisis externa, de legitimidad, propia de una organización que ha perdido sus apoyos en la sociedad civil y sus fuentes ordinarias de financiación. Esta enfermedad que padeció la ETA durante los años de Aznar, y de la que todavía no se ha repuesto del todo, se debió a la sabia política antiterrorista que el ex presidente del Gobierno supo articular desde su primer minuto en la Moncloa.

Aznar que, a fin de cuentas, ha padecido el terrorismo en sus propias carnes, rediseñó la batalla contra la ETA haciendo coincidir los objetivos del Gobierno con los de la letra y el espíritu de la ley. Así, no toleró en momento alguno el chantaje, y si bien cedió momentáneamente a los cantos de sirena de la negociación, supo corregir el rumbo a tiempo y propinar severos golpes de los que la banda aún se resiente. El primero y más importante de todos ellos fue privar a los asesinos de su brazo político, que nutría de militantes sus filas y de cuantiosos fondos sus arcas. Alejados de las urnas y del apetitoso pastel municipal y autonómico, los mandamases de la ETA se encontraron ante un escenario nuevo y de una inusitada dureza al que no supieron enfrentarse.

La proscripción de Batasuna y sus satélites de la vida pública fue el primer gran éxito de Aznar frente al terrorismo y el padre de los que vendrían después. En el plano estrictamente policial, los sucesivos equipos que pasaron por Interior se ciñeron a la aplicación de las leyes, sin excepciones, sin tratos de favor y sin buscar atajos de los que luego arrepentirse. La filosofía que empapaba aquella acción de Gobierno se basaba en el elemental principio de que ante el mal no se cede, al mal se le combate y se le derrota. Una valiosa lección que Zapatero olvidó nada más llegar al poder. El funesto resultado de la pusilanimidad del Gobierno socialista fueron los dos cadáveres que la ETA dejó bajo los escombros del aparcamiento de Barajas y los atentados que le han sucedido.

Por último, la tercera gran contribución de los ministros de Aznar a la lucha contra el terrorismo fue una batalla que, no por menor, fue menos decisiva: la del lenguaje. Con Aznar se acabaron las medias tintas y los eufemismos a los que la sociedad española se había acostumbrado desde la Transición. La ETA no tiene nada bueno, nada que pueda salvarse en recuerdo de no se sabe bien qué lucha antifranquista libró hace ya muchas décadas. El Gobierno consiguió convertir la idea "ETA no" en algo transversal. Por eso hasta la izquierda más contumaz hubo de plegarse al consenso social. No fue casualidad que Zapatero ocultase arteramente sus planes de negociación con la banda durante la campaña electoral de 2004. Tal actitud respondía a un sentir muy extendido en la sociedad española: el de oponerse con todas sus fuerzas a la ETA sin distinción de partidos. Luego Zapatero se encargaría de desmontar irresponsablemente un edificio que llevó ocho años construir y en cuyos planos se cifraba y se cifra el único modo de acabar con el terrorismo.

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