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José García Domínguez

Secuestro de “cooperantes”

Parece que no hay nada que hacer. Por cada epígono de Vicente Ferrer nos toca capear con cien Lawrence de Arabia de medio pelo. Acaso sea nuestro sino.

Suma y sigue. Otro secuestro de cooperantes. La única industria eficiente de África parece que vuelve a funcionar a pleno rendimiento. Recuérdese, la última vez al Estado español le costó cerca de cinco millones de dólares socializar la alegre irresponsabilidad privada de unos veraneantes ociosos de Barcelona. Por efecto llamada responde la figura. Poco importó entonces que la Secretaría de Estado norteamericana se cansara de advertir del riesgo extremo que para cualquier occidental supone merodear por tierra de nadie en las inciertas lindes del Magreb. Huelga decir que ni caso. Exactamente igual que ahora, por cierto. O como en su día ese atunero de bandera esquiva, el Alakrana. Si el armador hubiera sabido conducirse como un adulto, manteniendo el barco dentro del perímetro de pesca protegido por la OTAN, ningún quebranto nos hubiese supuesto a los españoles su muy temeraria necedad. Pero nada.

Cuando lo de la señora del alcalde de Barcelona y sus amigos, aquel selecto club de domingueros solidarios, ya reflexionamos aquí sobre lo mucho que podrían hacer por la Humanidad tantos coroneles Tapioca de campo y playa. Al respecto, bastaría con que se quedasen en casa dejando a los genuinos profesionales la labor de atender al Tercer Mundo. A cambio, y por el módico precio de un billete de metro, podrían contemplar su propia Mauritania doméstica en los arrabales del extrarradio. Sin embargo, parece que no hay nada que hacer. Por cada epígono de Vicente Ferrer nos toca capear con cien Lawrence de Arabia de medio pelo. Acaso sea nuestro sino.

Así las cosas, procedería ir fijando algún límite a la magnificencia del Estado. En el bien entendido de que nadie cuestiona el inalienable derecho a la insensatez particular. Asunto bien distinto, sin embargo, es que los demás arrostremos la penitencia de pagar a escote sus consecuencias. Traspasada, y de largo, la línea que separa la imprudencia de la necedad, hasta el último céntimo gubernativo de los rescates debiera ser restituido a los contribuyentes por sus beneficiarios. Váyase preparando, pues, el enésimo maletín, el que habrá de financiar los siguientes atentados integristas. Pero fíjese de una vez la responsabilidad civil de esos eternos adolescentes en busca de aventuras de Tintín. Mientras tanto, lo dicho, suma y sigue.

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