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EDITORIAL

La vieja, ingrata y antisemita Europa

Los resultados del último Eurobarómetro sobre la guerra de Irak y la situación en Oriente Medio han producido una lógica preocupación en Romano Prodi, quien ha anunciado la organización de un seminario antes de fin de año para analizarlos. Por que, ni siquiera para Prodi, tiene sentido que un 59 por ciento de los europeos considere a Israel como la mayor amenaza para la paz mundial, o que Irán y Corea del Norte, a ojos de los europeos, sean tan peligrosas para la seguridad internacional como EEUU. Estos resultados son aún más dramáticos en el caso de España, donde el "ranking" de peligrosidad lo encabeza EEUU con un 66 por ciento, seguido por Israel (53%), Irán (41%) y Corea del Norte (37%); o en el de Grecia, donde el enemigo público número uno es EEUU (88%), seguido de Israel (61%).
 
El Eurobarómetro arroja unos resultados que podrían muy bien calificarse como un brote de antisemitismo combinado con un igualmente incomprensible antiamericanismo. Precisamente en el continente donde se produjo el Holocausto, y que tuvo que ser liberado de los horrores nazis, y después protegido de la barbarie soviética, por los EEUU. Aunque la tradición antisemita europea se remonta a la alta Edad Media, pues los judíos eran considerados el pueblo deicida, no es menos cierto que la memoria del Holocausto debería haber enterrado para siempre cualquier tentación antisemita. Del mismo modo, la lógica más elemental debería llevar a la conclusión de que los EEUU, lejos de ser uno de los principales peligros para la paz mundial, son precisamente los artífices de la liberación de Europa y de la preservación de las libertades en su mitad occidental, allá donde no pudo llegar la Unión Soviética.
 
Sin embargo, la desinformación sistemática practicada por todo tipo de medios de comunicación –especialmente los audiovisuales, donde se manipulan burdamente imágenes y testimonios para presentar a israelíes y norteamericanos como imperialistas y carniceros sedientos de sangre y de poder– en contra de los dos países más comprometidos en la lucha contra el terrorismo ha acabado produciendo sus efectos. Tanto es así que Siria, principal santuario del terrorismo palestino, sólo ocupa el octavo lugar en la lista de países que, en opinión de los europeos, amenazan la paz mundial. Todo esto, unido a que Europa lleva 60 años sin preocuparse seriamente de su propia defensa –para eso estaban los americanos–, ha hecho concebir a una mayoría de europeos el falaz espejismo de que para vivir en paz basta con desearlo, y si el precio a pagar es la destrucción del estado de Israel –la única democracia liberal de la zona–, están dispuestos a pagarlo, a condición de que la marea terrorista no llegue a Europa.
 
Es difícil concebir una actitud más ciega, ingrata e insolidaria para con la causa de la paz, la seguridad y la libertad en el mundo, de la que, guste o no, los EEUU han sido los principales y casi únicos valedores durante más de sesenta años. Y, asimismo, es una auténtica infamia considerar al pequeño Estado judío –apenas 6 millones de habitantes– como la principal amenaza para la paz en el mundo, cuando no ha dejado de ser agredido por sus vecinos en los 55 años de su existencia, y cuando sus ciudadanos padecen el terrorismo más cruel y sanguinario del mundo. Ciertamente, Romano Prodi y el resto de las autoridades europeas habrán de reflexionar sobre las causas de "un prejuicio que debe ser condenado sin paliativos", pues "en una Europa nacida en la reacción a los horrores de la guerra y de la Shoa, no hay espacio ni tolerancia para el antisemitismo".
 
Pero lo cierto es que sí lo hay, y las autoridades y gobiernos europeos son en gran parte responsables de ello, al negar sistemáticamente a Israel el pan y la sal en su legítima lucha contra el terrorismo palestino y contra todos aquellos que niegan el derecho de Israel a existir. Y también al obstinarse en marcar diferencias con EEUU en los terrenos donde, precisamente, más sólido tendría que ser el llamado "vínculo transatlántico", como la defensa. Por ejemplo, el hecho de que en la lista de países de la encuesta no aparezcan Cuba, Sudán o la Autoridad Nacional Palestina –que ocupan los primeros puestos en la lista de países patrocinadores del terrorismo junto a Irán, Corea del Norte, Libia o Siria– y sí EEUU e Israel, que son víctimas del terrorismo, ya es suficientemente revelador de ese sesgo antisemita y antiamericano que impregna los rincones de las conciencias europeas.

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