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Agapito Maestre

Desconfianza y democracia

Sin un Estado-nación capaz de vertebrar democráticamente el territorio y la población, España deambula sin rumbo y sin objetivos por Europa. La ilusión de la ciudadanía ha desaparecido.

Es falso mantener que la única preocupación de los españoles es el paro. Resulta obvio que es un problema gravísimo el número de desempleados de España. Pero, sin duda alguna, es más grave, muchísimo más penoso, que la mayoría de la población no tenga expectativas razonables para salir de la crisis. Los españoles desprecian, cada vez más según revelan las encuestas, las "políticas" gubernamentales, pero, por otro lado, ese rechazo no se traduce en un crecimiento de las expectativas de la oposición, especialmente del PP. El PSOE engaña y la gente lo sabe; pero el PP, lejos de ilusionar, mantiene un melifluo prudencialismo que saca de sus quicios a los españoles más preparados, desde el punto de vista democrático y profesional.

Pero, aunque fuera verdad que el único problema relevante para los españoles fuera el del paro, eso sólo pondría en evidencia una cuestión, anterior y prioritaria a la del desempleo, a saber, la cuestión política o, más concretamente, el asunto de nuestra calidad democrática. La baja calidad de nuestro sistema está generando, como en las peores épocas del socialismo felipista, esas altas tasas de desempleo. Soy de la opinión que la cuestión política contiene la social y no al contrario, al menos en esto somos occidentales y del siglo XXI. En verdad, creo que el modelo político español preocupa más a los españoles que el desempleo.

Hace tiempo que las elites periodísticas e intelectuales vienen insistiendo en que nuestro modelo hace agua por todas partes; pero, ahora, esta preocupación empieza a ser de dominio más general, incluso me atrevería a decir que empieza a universalizarse un malestar general con el modelo político español. La resolución del estatuto de Cataluña y, especialmente su aprobación en referéndum con un escualido 27% de votantes, es sólo un ejemplo, aunque muy significativo, de esa crisis. Después de tres años de presentado el recurso de anticonstitucionalidad, pase lo que pase, y diga lo que diga el Alto Tribunal, nadie en su sano juicio espera que el "modelo político", por llamarle algo, salga reforzado. El debate sobre el acato o el desacato de la futura sentencia del TC sobre el Estatuto es, hoy por hoy, puramente retórico. El TC, sí, hoy más que ayer, sigue despendiendo del Gobierno de Zapatero. 

Todo está putrefacto. La crisis es de tal envergadura que no sólo nadie pone a España como ejemplo de democracia moderna, sino que también ha sido olvidado ya por completo el mejor espíritu del tiempo de nuestra transición democrática. El tiempo de la ilusión democrática, que es la mejor caracterización de esa época, ha desaparecido por completo. Nadie se fía ni confía de la palabra democracia en boca de un profesional del poder; la apelación de los políticos a la palabra democracia resulta tan falsa como vacía de genuina política. La democracia es, simplemente, para la casta política la inversión perversa de los ideales y procedimientos de la democracia como un sistema electoral-representativo. Sin un Estado-nación capaz de vertebrar democráticamente el territorio y la población, España deambula sin rumbo y sin objetivos por Europa. La ilusión de la ciudadanía ha desaparecido. Sobre esa desilusión se ha instalado una casta política, un sistema de partidos políticos, que tiene bloqueado cualquier posibilidad de regenerar el sistema democrático.

He ahí el principal problema del curso político que ahora se inicia. El resto es musiquilla.

En España

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