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Pablo Planas

Cuando pase el 1-O

¿Pero qué es eso de pinchar las ruedas de un autobús turístico para reivindicar la independencia? ¡Error!, claman los estrategas de la 'republiqueta'.

¿Pero qué es eso de pinchar las ruedas de un autobús turístico para reivindicar la independencia? ¡Error!, claman los estrategas de la 'republiqueta'.
Anna Gabriel, cabecilla de la CUP | EFE

La muchachada de Arran, alegre juventud de la CUP, no sale de su asombro ante las críticas recibidas por sus ataques contra intereses turísticos. Los chicos esperaban palabras de ánimo y palmaditas en la espalda y se encuentran con que Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, ideóloga del altermundismo, exactivista antidesahucios y patrona de manteros, lateros y okupas, no les pone una medalla y con que Convergencia y la Esquerra, los socios de sus mayores, les afean eso de ir asaltando autobuses turísticos con pasamontañas y a punta de navaja, porque lo mismo se confunde con el yihadismo y, lo que es más grave, podría dañar la cívica, pacífica y guardiolísima imagen internacional del proceso.

Los pupilos de Anna Gabriel creían que actuaban a modo de policía de la moral, igual que cuando el pasado marzo irrumpieron en la sede del PP de Barcelona para exigir el referéndum. Entonces todo fueron guiños cómplices e incluso abiertas felicitaciones. Ahora, en cambio, ya no está bien amenazar, acosar e insultar. Son tan jóvenes e ingenuos que aún está fuera de su entendimiento la sutil distinción entre los extranjeros españolazos y los guiris en particular. O sea, todos son extranjeros, como les han inculcado en la escuela, pero no todos los extranjeros son iguales, porque no es lo mismo un charnego irredento o un catalán traidor que un visitante de Manchester que sólo viene a pasar el rato diciendo, en general, "please" y "sorry" todo el rato.

Estos chavales de Arran, en su mayoría chicos y chicas de colegios de pago, están por la independencia antes que nada, pero les hierve la sangre ver sus bares llenos de turistas plenamente convencidos de que Barcelona es una pintoresca ciudad española cuyo hecho diferencial es que el pan de los bocatas se frota con tomate. Cataluña es que ni existe y mucho menos el referéndum, ya se trate de millonarios rusos, jubilados japoneses, desempleados británicos o socios del Eintracht de Frankfurt. Es intolerable y de ahí la reacción de los boy scouts del Moviment.

¿Pero qué es eso de pinchar las ruedas de un autobús turístico para reivindicar la independencia? ¡Error!, claman los estrategas de la republiqueta. Como no hay nada mejor que predicar con el ejemplo, la sectorial aeroportuaria de la Assemblea Nacional Catalana se ha llegado hasta El Prat para repartir unos cuidados folletos en los que se explica a los damnificados por la huelga del personal de los arcos de seguridad que si han perdido tres horas o el vuelo es por culpa de España, del Estado malayo que reprime la ansias de eficacia del pueblo catalán. Mucho mejor que la familia Smith vuelva tarde a casa con el souvenir de un panfleto del referéndum que con el recuerdo de una gamberrada de las juventudes de la yihad del proceso, que ya tendrán ocasión de demostrar lo mucho y muy bien que odian cuando pase el 1 de octubre.

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