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Pablo Planas

Barcelona y el Boca-River

El separatismo lo tiene todo listo para sumar una nueva victoria propagandística con el Consejo de Ministros extraordinario en Barcelona.

El separatismo lo tiene todo listo para sumar una nueva victoria propagandística con el Consejo de Ministros extraordinario en Barcelona.
EFE

El separatismo lo tiene todo listo para sumar una nueva victoria propagandística con el Consejo de Ministros extraordinario en Barcelona. El 21-D será un triunfo por goleada contra el Estado en todas las pantallas, la apoteosis del drama de los independentistas reprimidos y las fuerzas de ocupación totalitarias. Si hay palos, violencia de Estado, brutalidad policial. Si por un casual se tiene la fiesta en paz, otra exhibición mundial de civismo y pacifismo con un saldo de cero papeleras violentadas. Pero no es previsible que eso ocurra.

Aunque al separatismo se le ocurriera dar marcha atrás a última hora, hay miles de fanáticos intoxicados durante las últimas semanas con la especie de que el Consejo de Ministros es una provocación del Estado colonial y que Sánchez va a Barcelona a enseñarles la chorra a Torra y a los catalanes. Y no salen de ahí, un bucle de agravios y victimismo que se remonta al penalti de Guruceta y más allá de la prehistoria. Entre los Comités de Defensa de la República hay mucho desocupado, estudiantes de la vida y jubiletas con la pensión garantizada por el Estado que no tienen nada que perder. Por ellos no va a quedar que al Gobierno y sus policías les quede bien clarito que no son bienvenidos. Les han convencido de que cortar carreteras es un acto de soberanía popular.

De los precedentes no cabe esperar que la Generalidad ordene a la que considera su policía política garantizar la libre circulación de personas y mercancías por el territorio autonómico, que se multe a los que colapsen el tráfico con tractores y marchas lentas o que se impida el matonismo callejero de los CDR de Torra y las tropas de asalto de la CUP. Para esta gente tomar una estación de trenes por la fuerza es libertad de expresión, igual que escupir y acosar por la calle a los disidentes y echar estiércol a las puertas de los juzgados. Además está en juego el prestigio de Barcelona como capital europea de las algaradas, en dura pugna con París. Hay un jugador de póquer separatista que se está forrando en internet con la venta de chalecos reflectantes con la leyenda "República en construcció".

El sector irredento, los de Puigdemont, Torra y la CUP, es partidario del cuanto peor, mejor y suspira por la aplicación de un 155 suavecito tras los disturbios de rigor que tape el contraste entre las arengas republicanas y la realidad autonómica y les beneficie electoralmente. Los pragmáticos de Junqueras refutan la conveniencia de pegarle fuego a Barcelona de manera tan descarada a las puertas del juicio y con cuatro presos muertos de hambre.

Las noticias de Francia reportan al menos siete muertos entre atropellados e infartados por una revuelta que empezó por la subida del gasoil y cinco más del atentado islamista en el mercadillo de Navidad de Estrasburgo. El separatismo alucina con los chalecos amarillos. El cretinismo catalán, siempre sensible a las novedades francesas, se plantea como un rito de iniciación poner un muerto sobre la mesa, da igual de qué lado. Tal es su superioridad propagandística que han convertido un ojo perdido el 1-O en la matanza de Tiananmen más la Operación Cóndor.

La idea es que el Consejo de Ministros en Barcelona será la tumba del fascismo y la prueba está en que Pedro Sánchez tendrá que hacerse acompañar de mil antidisturbios en su incursión en Cataluña. Esos mil agentes son un símbolo (piolines, aporellos, los últimos de Filipinas) de la derrota de España en Cataluña, según bombardea la propaganda separatista. La prueba del nueve de que las provincias catalanas son una colonia castellana que requiere de la presencia de una especie de tropas de indígenas mesetarios para garantizar la seguridad de Sánchez y su séquito imperial.

La última hora es que el consejero de Interior y su número dos se han visto en Waterloo con el prófugo Puigdemont, mientras que comisarios de los Mossos se reúnen con responsables del Ministerio del Interior y mandos de la Policía Nacional y la Guardia Civil para abordar el operativo del 21-D en Barcelona. Como si fuera el último Boca-River, separar a quinientos descerebrados de quinientos cernícalos. Cierto es que no sería la primera vez que tal cosa acaba en una guerra civil. La vía eslovena de Torra cobra forma.

Cuando todo esto parecía una broma, se hacían chistes sobre un anciano que se mató colgando una estelada. El primer muerto del proceso, se dijo. El 1-O, un policía nacional practicó los primeros auxilios a un hombre que sufrió un infarto a las puertas de un colegio en una localidad de la provincia de Lérida. Se salvó de milagro tras dos semanas en cuidados intensivos previo traslado en helicóptero a Barcelona. Durante el 155, otro hombre estuvo a punto de morir al ser apalizado con bates de beisbol por retirar lazos amarillos en San Julián de Vilatorta, Barcelona. Y a una mujer la patearon por lo mismo en Viladecans. Seguimos para bingo.

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