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Andalucía

Pedro de Tena

'Meditatio mortis': Manuel Clavero y Susana Díaz

Manuel Clavero puso arena gorda en el engranaje de la hoja de ruta separatista y de paso salvó al centro derecha español.

Manuel Clavero puso arena gorda en el engranaje de la hoja de ruta separatista y de paso salvó al centro derecha español.
Europa Press/Cordon Press

No gustaría al ex ministro y gran catedrático de Derecho, real y legalmente muerto, que le cobijáramos en la misma esquela digital que a Susana Díaz, finada cierto, pero sólo políticamente. Durante toda su vida, el que fuera un meritorio tenista aficionado, dejó claro que el Derecho antecede, funda y debería imponerse a la política. Díaz, en su calidad de socialista, siempre consideró lo contrario. Que si el Derecho no concordaba con los deseos políticos, peor para el Derecho. Uno, era liberal. La otra, no. Claro.

Sin embargo, coincidieron en algo en cuanto que políticos, que Clavero Arévalo fue ministro para las Regiones y ministro de Cultura en los gobiernos de Adolfo Suárez de 1977 a 1980. Ambos se encontraron con problemas que fueron incapaces de resolver. El primero, topó con la deslealtad constitucional de los nacionalismos separatistas y trató de evitar la discriminación y la desigualdad entre los españoles ansiado por ellos sirviendo un café para todos que no resolvió el conflicto y creó otros.

Su buena voluntad me parece evidente. Ya que los embozados antiespañoles querían, como primer paso, privilegios inaceptables constitucionalmente, trató de preservar una cierta igualdad entre los ciudadanos extendiendo buena parte de sus prerrogativas a todas las regiones españolas. Aún no nos ha dado tiempo a saber si lo que hizo fue beneficioso o no para la nación pero resopla.

Muy marcadamente, cuando el gobierno de Adolfo Suárez estaba cediendo ante las presiones para situar a Cataluña, País Vasco y Galicia, las autonomías asumidas por la II República, por encima de las demás regiones, Clavero se negó a aceptar que los andaluces fueran desconsiderados, dimitió y se sumó al impulso de un referéndum que situó a Andalucía al nivel jurídico-político de las nacionalidades llamadas históricas, que no a su nivel económico y social.

Con ello, Manuel Clavero puso arena gorda en el engranaje de la hoja de ruta separatista y de paso, y esto no es adecuadamente tenido en cuenta, salvó al centro derecha español del exterminio ideológico y político al que quería condenarlo un PSOE dispuesto a ocuparlo todo. De hecho, uno de sus no muy próximos en el Ministerio de Cultura, un joven Javier Arenas, sería años más tarde defensor de un andalucismo constitucional que casi le llevó al gobierno andaluz.

Pero, permítanme que recuerde hoy, muy sentidamente, su batalla por el triunfo del Derecho Administrativo en toda España, y muy especialmente, en la Junta de Andalucía donde un PSOE autoritario trató de colocar a los suyos en la recién nacida administración autonómica sin miramiento alguno. Los recursos del profesor Clavero fueron, uno tras otro, obuses contra la arbitrariedad socialista y si no triunfó fue debido a que el Tribunal Constitucional, por una vez y sin que sirviera de precedente, así se redactó, consintió y aceptó las tropelías.

Permaneció en ese frente de la batalla de la democracia liberal - la neutralidad y profesionalidad de la Administración Pública – cuando el presidente José Antonio Griñán, ahora condenado, trató y consiguió mezclar la administración reglada con la administración paralela forjada por 30 años de gobiernos socialistas. El dictamen de Clavero consideró que tal desmán atacaba a la Constitución, a la seguridad jurídica y al Estatuto del Empleado Público, pero no pudo parar el enjuague.

La segunda, la trianera liquidada por un ambiguo, sumiso y aparente Juan Espadas de Sánchez-Castejón, ha terminado su trayectoria política por haber sido incapaz de distinguir entre fines y medios, siendo obtusa en la determinación de los objetivos y muy poco hábil en la conformación de los medios.

Dejando de lado su aventura política regional para alzarnos hasta el plano nacional, Susana Díaz se encontró, desde el mandato de Rodríguez Zapatero, con un PSOE con la E de España clavada en la sigla pero que trataba desesperadamente de descolgarla del anuncio con apaños federalistas o con concesiones al independentismo, ETA, PNV, CiU y Esquerra, algo que provocó la inquietud en bastantes socialistas devenidos de Suresnes.

Su figura, entonces al frente del gobierno andaluz y señalada en la defensa de los procedimientos constitucionales – se creyó entonces porque más bien usó tales objetos sagrados como medios y no como fines -, fue elevada a los altares por todos los poderes fácticos, desde la cabeza del Ibex 35 al sátrapa de Marruecos, que la recibió a ella, ¡una mujer!, para dejar clara su apuesta por una España unida bajo el cetro de su primo Borbón.

Le tocó en suerte un tal Pedro Sánchez, de su misma escuela pero con menos escrúpulos, al que ella misma hizo secretario general de su partido por razones de conveniencia política personal. Su apuesta desembocó en la traición inmediata de su delfín que no respetó el pacto suscrito "tú a Ferraz, yo a La Moncloa".

Naturalmente, estalló la contienda civil en el PSOE donde las apariencias engañaron a todos sus crédulos y a todos los españoles. En un primer acto de fuerza, Susana Díaz y sus barones aliados defenestraron al intruso y lo arrojaron a las tinieblas, pero, oh, error de errores, en vez de rematar la faena no descabellaron y el bicho se levantó y corneó a sus heridores. Que la laceración fue fatal acaba de comprobarse ahora en las tablas andaluzas donde se había refugiado la trianera y la agonía repica en otros ruedos regionales.

Sabemos ahora que nunca se trató de España, ni de la nación, ni de las genuflexiones y humillaciones ante etarras y separatistas, ni de la Constitución. Se trató sencillamente de un juego de tronos entre cuñas de la misma madera donde ha terminado ganando la más resistente, la más constante, la más paciente y la más dotada para la estrategia del poder por el poder sin importarle una higa los españoles y su futuro.

Ante el silencio ideológico y político de una lideresa sobrevalorada, Pedro Sánchez ha terminado ocupando un PSOE que ha demostrado que su organización, algo reverencial para sus propios, es fácilmente conquistable por quien se atreva.

Esquela doble, pues, ésta mía. La real de don Manuel Clavero, a pesar de todo, plena de respeto y de consideración histórica. Intentó servir a España y a los españoles desde Andalucía y trazó un camino para la igualdad constitucional de los españoles que puede resultar insuficiente y discutible, pero que fue indudablemente un camino.

La política, la de Susana Díaz, chasqueada por la miopía política de quien pudo haber reconducido al PSOE a un destino nacional, democrático y convivencial pero que no distinguió bien la entidad de su adversario ni señaló a la luna que le correspondía obsesionada con señalar sólo a su dedo de fontanera.

Descansen en paz, aunque sea de distinto modo, en esta comunicación funeral.

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