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Antonio Robles

¿Consulta no vinculante por referéndum?

Conceder una consulta no vinculante sería peor que forzar un referéndum ilegal. De éste nos podríamos defender, de aquella, no.

La vicepresidenta Carmen Calvo ha soltado a propósito de un posible referéndum consultivo en RNE: "Todo lo que pueda estar en el marco de la legalidad constitucional forma parte de la política de nuestro país". Para ir macerando la posibilidad.

En el origen estuvo la normalización de la lengua; ayer, la reforma del Estatuto y hoy la amnistía y el referéndum. En cada pulsión reivindicativa, sus redes de arrastre sacan tajada. El maximalismo no es definitivo, solo instrumental, pero por si acaso, le ponen toda la solemnidad de las causas nobles. Aunque duren 8 segundos.

Más allá de los intereses que le guían, Pedro Sánchez nunca podrá autorizarles la convocatoria de un referéndum de independencia que solo la reforma de la Constitución permitiría. Disponer de la mayoría parlamentaria de 2/3 del Congreso, hoy por hoy, es imposible. Pero podrá permitir simulaciones. Como una "consulta no vinculante".

Ya he advertido en estas mismas páginas que el remedio -más allá de su legalidad- puede ser peor que la enfermedad. Conceder una consulta no vinculante sería peor que forzar un referéndum ilegal. De éste nos podríamos defender, de aquella, no (En el supuesto caso que el Art 92 de la Constitución se forzara para hacerle decir lo que no dice, que una consulta no vinculante sobre el particular podría impulsarse sólo en Cataluña).

Desde que el catalanismo mutó de reivindicación cultural a resentimiento político para reducirse seguidamente a nacionalismo étnico, su ser consiste en proyectar su fraude histórico en la España que detesta. Y de paso, consolidar su supremacismo económico, cultural y político en ella. Necesitan decidir, sentirse dueños de lo que ya son dueños, sin moscas que les importunen, pero no perder el paraguas del Estado y el mercado que su territorio garantiza. O sea, hacer lo que les rote e imponer su mentalidad identitaria para desinfectar Cataluña de la cultura, de la lengua españolas y de cualquier traba legal que delimite sus privilegios económicos.

Dicho de otro modo, la razón del grueso del separatismo es reclamar la independencia, tener el derecho a decidir como niños consentidos contrariados por un Estado al que consideran inferior. Es la manera en que podrían vengarse de una España a la que desprecian. Ahí se acaba su pulsión independentista, en desearla y en ejercer el derecho a decidirla. Les gratifica más el pulso que obtenerla. Tampoco sin descartarla.

Y aquí reside el riesgo, si el Estado accede a una consulta no vinculante en Cataluña como un acto de pura democracia plebiscitaria sin consecuencias, más allá del hecho de ejercer el derecho a la consulta, el referéndum podría ganarlo el nacionalismo. Si no va en serio, la bravuconada tiene una oportunidad: ¡Qué placer humillar a esta gente tan ufana! Pero a partir de ahí, se habría abierto a un nuevo relato: hemos votado y somos mayoría. De ahí a exigir un referéndum vinculante, denlo por hecho.

Ocurriría algo muy similar si el referéndum se hiciese en toda España. Aún sería mayor el porcentaje de votos en Cataluña a favor de la independencia. ¡Qué oportunidad de decirle a estos españoles altaneros sin riesgo alguno, que los catalanes somos una nación! Y al día siguiente, a seguir importunando.

Por el contrario, si se realizara un referéndum a cara de perro en Cataluña con la amenaza real de ruptura, y el tiempo previo suficiente para visualizar las consecuencias reales de tal decisión, el resultado sería otro. ¿Por qué? La paradoja la expresó como nadie el expresidente del Barça Sandro Rosell en la Sexta: "Votaría que sí en un referéndum, pero si ganase la independencia me iría de Cataluña".

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