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José García Domínguez

"Cataluña es un país de cobardes"

Nadie lo dude: en los centros llamados irónicamente 'públicos' se seguiría aplicando la inmersión radical, con sus víctimas de la clase baja.

Nadie lo dude: en los centros llamados irónicamente 'públicos' se seguiría aplicando la inmersión radical, con sus víctimas de la clase baja.
Europa Press

Da igual que haya guerra, inflación desbocada, colapso energético global o una invasión extraterrestre, en el eterno día de la marmota catalana siguen con su régimen de plato único todos los días del año, un rancho que empieza y acaba en la cansina matraca de la inmersión lingüística. Y como ahora hay una sentencia, otra, la enésima, el debate entre las fuerzas vivas va de cómo inventarse un truco, también otro, también el enésimo, para pasarse por el forro lo que digan los tribunales. Lo de toda la vida, vaya. Pla, que conocía mejor que nadie al paisanaje, le dijo en cierta ocasión al actor Boadella que se anduviese con cuidado porque "Cataluña es un país de cobardes". El viejo lo vio venir todo antes que nadie.

Y como sigue siendo un país de cobardes, a Aragonès se le ha ocurrido que la manera óptima para no cumplir con lo del 25% será delegar en los directores de los centros la potestad de fijar por su cuenta los porcentajes de presencia docente del catalán y el castellano. Repárese en la argucia de trilero de feria de ganado porcino: como la Administración elude por esa vía, la de delegar, el tener que redactar una orden por escrito para que los centros cumplan con la sentencia, esos mismos centros, la mayoría gestionados por talibanes lingüísticos militantes, podrán darse por no enterados de la existencia de tal mandato judicial. ¿Y qué pasará? Bueno, puede suceder que los jueces del TSJC se hagan los tontos para no meterse en más problemas, actitud poco heroica pero con larga tradición en la plaza.

O puede que no se dejen tomar el pelo. En cualquier caso, habrá que esperar al inicio del próximo curso para salir de dudas. Pero si su proceder fuera el primero y clásico, algo que yo no no descarto, llegaríamos al paroxismo de la hipocresía catalana. Porque ocurriría, nadie lo dude, que en los centros llamados irónicamente públicos se seguiría aplicando la inmersión radical, con sus víctimas de la clase baja, tanto la local como la extranjera, mientras que en los privados y concertados, donde estudian todos los niños catalanes hijos de familias nacionalistas de las capas medias y acomodadas, el bilingüismo disimulado, ese que ya practican ahora, se elevaría a oficial con todos los honores. Nada nuevo, pues, bajo el sol del País Petit.

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